Todos
tenemos una idea aproximada de lo que es la costa peruana: el territorio que se ubica entre la línea del
litoral marítimo y las estribaciones occidentales de los Andes, allí hasta
donde llegan las neblinas que los vientos trasladan desde el océano; la región
que nos vinculó históricamente, a través de los puertos, con el resto del Perú y
la América colonial, y hoy, con todo el mundo en el marco de la apertura
comercial global; el territorio donde se ubican los valles con la más alta
productividad agrícola y donde –en el mar adyacente- se aloja la riqueza
pesquera de nuestro “mar soberano” como reza la emblemática canción. Pero
también el espacio donde se asientan nuestras principales ciudades, encabezadas
por Lima, la mega ciudad capital del país; aquella región natural donde hoy en día vive el 58 % de la
población del Perú (censo de 2017). Por último, la costa es el reflejo de la
complejidad y heterogeneidad natural, social, cultural y económica del Perú:
valles feraces y desiertos abrumadores; clima húmedo sin lluvias, pero con “Niños” ocasionales que
parecieran querer convencernos de lo contrario; ciudades con barrios
hollywoodenses, donde mora lo más refinado de la clase acomodada, frente a otros, donde la miseria de sus
habitantes y la ausencia de servicios elementales como agua potable y
alcantarillado son el pan de cada día en un país en donde los contrastes sociales
no dejan de sorprendernos….
Las
únicas excepciones al paisaje desértico costero, interrumpido de tramo en tramo
por pequeños valles, están dadas en el extremo norte del país, por la
proximidad al ecuador geográfico y consecuentemente al clima propiamente
tropical que determina en el sector litoral la formación de manglares que en el
pasado tuvieron una extensión de unas 28.000 ha, las mismas que fueron
disminuyendo rápidamente en las últimas décadas conforme crecía la industria
del langostino. Hoy, el Santuario Nacional de los Manglares de Tumbes, tiene un
área de 2.972 ha manejadas por el Servicio Nacional de Áreas Naturales
Protegidas por el Estado (SERNANP). Apenas poco más del 10 % de su superficie
original !!. La otra excepción está dada por la existencia de las “lomas”,
formaciones vegetales estacionales que prosperan en los meses más intensos del invierno
(agosto y setiembre) en las laderas de los contrafuertes orientados hacia el
mar y ubicados entre los 400 y 600 msnm; allí las neblinas son más frecuentes, se
condensan por el efecto del contacto con las paredes rocosas y la vegetación,
inclusive arbórea allí existente, tanto
así que las precipitaciones pueden llegar a los 500 mm, permitiendo el desarrollo
de una vegetación más densa con especies propias de ese ecosistema y hasta la
aparición de manantiales u ojos de agua. Sin embargo, las lomas han sido muy
depredadas desde la época de la colonia cuando los árboles eran talados para su
uso como leña, por lo que apenas sobreviven muy localizadamente en ciertos
sectores del desierto costero.
La
naturaleza costera: mar y tierra; clima y territorio
En
un país con topografía tan accidentada como el Perú, la costa resulta siendo
una región relativamente plana ubicada en el trópico sudamericano, que si
estuviera adecuadamente rociada por agua de lluvia, con el clima suave sin
temperaturas extremas que predomina en ella, carencia de fenómenos
meteorológicos como tifones o huracanes, sin duda constituiría un emporio agrícola…. pero el destino ha querido que sea todo lo
contrario. Apenas 52 ríos aportan agua de origen extrazonal que proviene de los deshielos y de las lluvias
de verano austral que ocurren en los pisos medio y altos de la vertiente
occidental de la cordillera andina, formando antes de desaguar en el Océano
Pacífico fértiles pero pequeños valles que en conjunto suman 700.000 ha, apenas
el 0,54 % del territorio nacional[1]. Estos valles se reducen
cada año al impulso de la urbanización que promueven las empresas inmobiliarias
sin que haya ley o autoridad que pueda detenerla. A la inversa, el país gasta
cientos de millones de dólares para desarrollar irrigaciones en el desierto
costero: entre el Alto Piura, Olmos, Majes-Siguas y Chavimochic (este último,
abarcando casi toda la costa naturalmente desértica de la región La Libertad)
suman cerca de 160.000 ha. ¿El mundo al revés?
Por
lo demás, esos ríos costeros son cada vez menos caudalosos como consecuencia
del cambio climático que con la elevación de las temperaturas promedio reduce
rápidamente, año a año, los campos de glaciares donde el agua está almacenada
naturalmente. Ello no impide que los huaycos, deslaves y desbordes se presenten
cada vez con más intensidad y ocasionen graves desastres y pérdidas económicas
y de vidas, consecuencia de la concentración espacial y temporal de las lluvias
bajo patrones cambiantes en lo que mucho tiene que ver la pésima gestión del
territorio (asentamientos humanos en las riberas de los ríos y temerariamente
hasta en el lecho de las quebradas; suelos de protección a los que se da uso
agrícola o urbano; deforestación en los sectores altos de las cuencas). Yendo
de norte a sur, se presenta, además, una gradiente árida que gradualmente se
prolonga al interior continental. Así, desde río Tumbes, en el extremo costero norte,
con un caudal promedio de 107,8 m3/seg, llegamos hasta el río
Caplina, en Tacna, con un caudal promedio de 0,48 m3/seg. Casi
podría decirse que los ríos costeros en el Perú terminan en el río Tambo, en
Arequipa, cuyo caudal promedio es de 34,7 m3/seg, mientras que, como
una excepción, el río Santa, alimentado por la cadena de glaciares que todavía
sobreviven en la Cordillera Blanca de casi 180 km de longitud, aporta un caudal
promedio de 152,8 m3/seg. Estos ríos forman valles
costeros en donde la fertilidad de los suelos se renueva naturalmente durante
la época de avenidas, y sostienen la agricultura de la más alta productividad
del país.
En
el mar adyacente –al que con justicia denominamos oficialmente desde 1984 como
“Mar de Grau”-, la Corriente Peruana (que fuera de nuestro país algunos
prefieren denominar Corriente de Humboldt[2]) es parte del enorme circuito
oceánico del Pacifico Sur, aportando beneficios pero también limitaciones para la vida y la economía de
esta región: circula con dirección general sur a norte trasladando, en parte,
aguas circumpolares obviamente frías cuya temperatura promedio a la altura de
la costa central es aproximadamente 8° C
menor a la que correspondería según la latitud tropical en la que se
ubica el territorio, con lo que se origina poca evaporación y condensación,
ocasionando una marcada estabilidad atmosférica
que no favorece la caída de precipitaciones: en vez de nubes del tipo
cumulonimbos, dominan en la costa y particularmente en los sectores litorales,
las de tipo estrato, que generan a nivel del suelo temperaturas relativamente
bajas pero con poca oscilación a lo largo del año, frecuentes neblinas, y falta
de lluvias y de fenómenos atmosféricos (truenos, rayos, relámpagos)
configurando un clima al que se denomina “subtropical”. Cuando la cordillera
andina se aleja del litoral, como ocurre, por ejemplo, en los departamentos de
Ica y Piura, entonces el cielo costeño puede estar despejado en el día y las
temperaturas ser marcadamente más elevadas, para descender también bruscamente durante
la noche, de modo ligeramente similar a como ocurre en los climas continentales.
Ello se traduce en fuertes diferencias de presión atmosférica que generan
corrientes de viento (las conocidas “paraca” de Ica) que pueden alcanzar velocidades
de hasta 80 a 100 km/h. Pero la consecuencia general de esta atmósfera
estabilizada es la falta de lluvias y la amplia dominancia del desierto
costero, apenas interrumpido por los ríos que, cual delgados cordones, forman
valles estrechos que se inician a la altura de las últimas estribaciones
andinas, pero que terminan en el mar, formando antes abanicos aluviales, los
mejores suelos para la agricultura en el Perú. Sin embargo, hacia el sur de
nuestra costa, en correspondencia con la vigencia de la gradiente árida
mencionada, algunos ríos no llegan siquiera a entregar su escaso caudal al mar,
de donde los valles son muy pequeños y la actividad agrícola que pueden
soportar, muy modesta.
La
surgencia de aguas oceánicas frías es más marcada en los sectores en los que
las tierras continentales terminan abruptamente sobre el mar, formando
imponentes acantilados, como ocurre, por ejemplo, en la costa del departamento
de Arequipa, en donde los mantos de lava de la actividad volcánica del pasado
se encuentran con el mar, determinando una topografía abrupta que se prolonga
en el fondo marino. A la inversa, donde el relieve terrestre termina suavemente
en su encuentro con el mar, la plataforma continental –el fondo marino hasta
aproximadamente los 200 metros de profundidad- tiene una pendiente poco
pronunciada y se extiende hasta aproximadamente 160 km. desde el litoral, como
ocurre, por ejemplo, a la altura de la costa liberteña, determinando menos afloramiento
de aguas frías desde las profundidades del océano con lo que el clima, y
principalmente la nubosidad, se atenúa: es lo que explica que denominemos a
Trujillo como “la ciudad de la eterna primavera”. En resumen, a relieve abrupto
en la costa corresponden en el mar adyacente al litoral aguas profundas de
bajas temperaturas; a diferencia, a relieve suave en el continente, la
plataforma continental se prolonga también con una gradiente menos pronunciada,
por lo que el afloramiento de aguas frías es menor y el clima litoral más
benigno.
Pero,
¿qué caracteriza al mar peruano?. Desde el punto de vista topográfico, en el
contacto entre el mar y el continente, tenemos un litoral de 3.080 km de
longitud, casi totalmente lineal, con una dirección general sureste noroeste,
en donde las únicas bahías naturales, adecuadamente protegidas, son las de la
Independencia y Paracas, en el departamento de Ica, las de Samanco y Chimbote
en Ancash y las de Bayóvar y Paita, en Piura, todo lo cual significa que somos
un país escaso en puertos naturales. Igualmente, no contamos con islas
importantes, tanto así que la más grande es la que tenemos frente a El Callao, la
isla de San Lorenzo, con 16,5 km2 de superficie, pero que juega un papel
importante en la protección del puerto frente a las posibles alteraciones
en la dinámica de las aguas oceánicas.
Sin
embargo, lo más importante del mar peruano es, de lejos, su riqueza hidrobiológica
que lo convierte en uno de los más ricos del planeta. Allí existe una abundante
biomasa, representada principalmente por la anchoveta y la sardina como
especies pelágicas (de altamar), pero también especies bentónicas, es decir, de
la zona litoral, donde la luz solar llega hasta la plataforma continental,
permitiendo la abundancia de un “forraje” en el fondo del lecho marino que
sirve de alimento a las especies que a través de la pesca artesanal
principalmente, llegan a la mesa de los habitantes costeros peruanos. Las
características físico-químicas del mar peruano y en general su relativamente
baja temperatura y salinidad, favorecen la abundancia de fitoplancton y zooplancton,
que es el alimento base de la abundancia y diversidad de especies
hidrobiológicas del mar peruano. En un estudio del Instituto del Mar del Perú
(IMARPE) de 2014, se informa que solamente la biomasa de la anchoveta ha
fluctuado entre 2001 y 2013, entre las 6 y 12 millones de toneladas. Sin
embargo, la sobrepesca y la contaminación (con aguas servidas de las ciudades y
las industrias, desechos sólidos de todo tipo, restos de pesticidas y
fertilizantes de la actividad agrícola) es también un mal presente y preocupante
en el mar peruano.
La
eclosión demográfica y el crecimiento de las ciudades costeras
No
siempre la costa ha sido la región natural más poblada que hoy en día se encamina
a contener casi las dos terceras partes de la población del país. Cuando la minería
del oro y la plata era la actividad económica dominante durante la colonia en
los territorios alto-andinos, la costa era apenas el punto de salida de esa
producción, así como de los productos agrícolas de los valles costeros: el
azúcar y el algodón, principalmente, a través de pequeñas ciudades-puerto
(caletas) a lo largo del litoral. Pero también, desde la ciudad de Lima, era la
sede del gobierno, el punto desde el que se ejercía el control territorial del
vasto virreinato del Perú.
Pero,
a partir de la dación de la Ley de Conscripción Vial en 1920, durante el
gobierno del Presidente Leguía, se asumió que la modernización del país tenía
que pasar por una política vial agresiva de modo que, entre otras ventajas, se
relevó del servicio militar obligatorio a los ciudadanos jóvenes, en su mayoría
campesinos, para que prestaran su mano de obra para trabajar en la construcción
de carreteras, muchas de ellas dirigidas hacia el interior del país, es decir,
a los sectores andinos. De este modo, se logró construir en una década cerca de
18.000 km de carreteras, pero al no ir dicho proceso aparejado con programas de
industrialización del interior del país; ni con la modernización, reformas y
soporte técnico para la agricultura andina que aliviara la miseria en el campo;
la población serrana empezó a migrar hacia las, entonces, pequeñas o medianas y
adormitadas ciudades costeras, en un proceso que cada vez tomó más impulso pues
en ellas encontraban servicios de salud y educación -escasos sino ausentes en los
villorrios andinos-, así como gradualmente fuentes de empleo pues se inició un
proceso de industrialización estimulado por el crecimiento de la demanda
interna: plantas de producción de cemento desde la época de Leguía; luego el
programa de industrialización que impulsó el gobierno del Presidente Prado con la
siderúrgica de Chimbote y la construcción de centrales hidroeléctricas; los
programas de viviendas populares de Odría; el surgimiento inusitado de la industria pesquera en el
segundo gobierno de Prado; el crecimiento y la diversificación de la industria
de bienes de consumo para un mercado urbano cada vez más grande….
Ese
estimulo de un proceso migratorio desde el Ande a las ciudades costeras, determinó
prontamente que éstas se vieran desbordadas en sus posibilidades de atender las
demandas de alojar y prestar servicios eficientes a los miles de nuevos
citadinos, dando lugar a la aparición de los barrios obreros, las unidades
vecinales, pero también a las primeras barriadas (luego llamados “pueblos
jóvenes”) desde el año 1950, éstas últimas, en terrenos eriazos despreciados
por la urbanización formal y en donde empezó a predominar la autoconstrucción a
ritmo tanto más acelerado en la medida en que los iniciales posesionarios se
convertían en propietarios titulados de los terrenos invadidos, proceso que se
desarrolló no sólo en Lima sino también en otras ciudades costeras como
Trujillo, Chiclayo, Chimbote, Tacna y Arequipa (esta última no es una ciudad
costera, pero su rol funcional la asimila al modelo de ciudad costera). De ese
modo, la capital de la república, por ejemplo, pasó de los 645,000 habitantes que registraba en el
censo de 1940, a contar con más de 1’200,000 habitantes hacia 1956,
prácticamente duplicando su población en sólo 16 años, proceso similar al
ocurrido en todas las capitales departamentales costeras.
El
caso de Lima y el modelo centralista
El
ejemplo de Lima Metropolitana es bastante representativo de la incapacidad del
país de lograr un desarrollo geográfica, económica y socialmente más
equilibrado desde una perspectiva territorial. Siendo durante la colonia la
capital de uno de los virreinatos más importantes de España, mantuvo ese papel
durante los primeros años de la república y lo acrecentó a lo largo del siglo
XX y de lo que llevan corridos estos años del siglo XXI, al punto de congregar
actualmente, como aglomeración Lima-Callao, la tercera parte de la población
del país, y generar, según el INEI para el año 2016, el 48,07 % de su
producto interno bruto, participación
que sin duda sería mayor si no fuera porque la minería, que es una de las
actividades económicas más importantes del país, se concentra en la región
andina.
Las
redes de transporte, contribuyen a reforzar este modelo centralista. Si se
observa un mapa vial del país, puede comprobarse cómo las principales
carreteras confluyen -casi todas las que hacen parte de la red nacional- en
Lima, configurando un modelo de tipo radial. En las últimas décadas, con la
construcción de la carretera Fernando Belaúnde Terry (Marginal de la Selva) y
los tramos avanzados de la longitudinal andina, pudiera ser que este modelo
gradualmente evolucione a uno, por ejemplo, parecido al tipo “malla” que tienen
Ecuador o Colombia, en donde el “eje central” vial, enlaza y da vida a todos
los valles interandinos y las ciudades que se ubican en ellos. Mientras tanto,
el gigantismo de Lima, que supera los 10 millones de habitantes, decuplica la
población de la segunda ciudad del país, Arequipa, evidenciando el
desequilibrio jerárquico del sistema urbano nacional, a lo que debe sumarse el
hecho de que las cinco primeras urbes del país se ubican en la costa: Lima
metropolitana (incluyendo El Callao); Arequipa, ya mencionada (por su rol
funcional respecto a la macro-región sur, equivalente al de Lima y otras
ciudades costeras respecto al interior andino y aún amazónico); Trujillo;
Chiclayo y Piura.
El
centralismo de Lima-Callao aparece en cualquier indicador de desarrollo o de
dinámica económica que se quiera utilizar. Así, en lo que hace al movimiento
total de carga de importación-exportación, en 2018 los puertos marítimos
peruanos movilizaron 108 millones de TM de las cuales 53,7 % por terminales
privados y 46,3 % por terminales públicos. De esta última, 33,8 millones TM
(67,4 %) por El Callao. Matarani, en Arequipa, es el segundo terminal de uso
público en importancia y ese mismo año movilizó 7,2 millones TM de carga, es
decir, algo más del 14 % del total pero casi conco veces menos que El Callao.
El
futuro de la costa del Perú
Bajo
el modelo territorial en curso, la costa seguirá siendo la región que más
crece, que concentra más población y que genera la mayor riqueza del país. En
un país equilibrado espacialmente, esto no tiene lugar. En el caso peruano,
esta situación condena a la sierra al despoblamiento, al estancamiento
económico con la oferta de productos mineros y agrícolas primarios solamente, y
al rol cada vez menos importante de sus ciudades, todo lo cual juega en
desmedro de la calidad de vida de sus habitantes. En cuanto a la amazonía,
salvo los puntos conectados vialmente con el resto del país mediante carretera
(Bagua, Yurimaguas, Pucallpa, Puerto Maldonado), toda la inmensidad de su
territorio permanece desarticulado del resto del país, incluyendo Iquitos, la
capital de la amazonía peruana, ciudad con casi medio millón de habitantes pero
que, en sentido práctico y desde el punto de vista de la vialidad, resulta
siendo una isla, puesto que el punto más cercano de la red vial nacional (la
ciudad de Yurimaguas) se encuentra aproximadamente a 500 km de distancia en
línea recta. Y ni hablar de las poblaciones fronterizas amazónicas, en donde el
Estado peruano prácticamente no existe, situación explicada, en parte, por la configuración
de la red hidrográfica amazónica, que en
el sector de la frontera con el Brasil, está conformada casi en su totalidad
por ríos que nacen propiamente en el llano amazónico al oriente de la cuenca
del río Ucayali (por ejemplo, los ríos Yavarí, Yurúa y Purús) cuyas aguas
fluyen con dirección general oeste-este, con lo que alejan en vez de acercar
los puntos de frontera amazónica al resto del país.
El
tema puede circunscribirse, entonces, a cómo
lograr la integración del país:
llevar servicios sociales (educación, salud, saneamiento) a los lugares
más alejados; favorecer la incorporación de valor agregado a las producciones
locales consolidando cadenas productivas y corredores de exportación; encontrar
modos de transporte aplicables a cada situación; remunerar adecuadamente a los
servidores públicos, especialmente los de los sectores sociales. Y ello no es
sólo un asunto de desempolvar de los anaqueles de las oficinas
burocráticas los planes de ordenamiento territorial con el que cuentan casi
todos los departamentos y provincias del país, sino de actualizarlos y ponerlos
en práctica, sin tomar mucho en cuenta si este proceso involucra a poblaciones
pequeñas, en donde los pocos electores que allí residen, no despierta el
interés de los políticos que integran los poderes Ejecutivo y Legislativo, por lo que las necesidades de
esas poblaciones no son priorizadas en los presupuestos de inversión.
Se
trata de pensar, optar y actuar en función de un país cohesionado, integrado, creando
oportunidades similares para todos, o, de lo contrario, seguirá manteniéndose la brecha en la economía y servicios entre
Lima y el resto del país; entre la costa respecto de la sierra y amazonía. Si
se sigue imponiendo esta visión egoísta, no hay que ser muy sagaz para comprender
que llegarán nuevos nubarrones (más
contrabando; más tráfico de drogas y de oro ilegal; incremento de los niveles
de corrupción; eventual reaparición de los grupos subversivos), todo lo cual amenazará
cada vez de modo más intenso nuestra estabilidad como Nación. Y en la costa, en
la capital de la república de un país como el Perú, unitario y centralista, es
donde se concentran los poderes y las voluntades para que el peligroso escenario
tendencial que nos intimida desde hace décadas, cambie en beneficio de la
prosperidad e integración de todas las regiones y de los peruanos en su
conjunto.
Sábado,
22 de junio de 2019
[1]
Como referencia, sólo el delta o abanico aluvial que forma el río Nilo, en
Egipto, al desembocar en el Mar Mediterráneo, tiene una superficie superior a
los 3,8 millones de hectáreas, más de cinco veces la suma de la superficie de
todos los valles costeños peruanos.
[2]
En una carta fechada el 21 de
febrero de 1840, Humboldt protestó contra el uso de su nombre para denominar la
corriente costera diciendo: “yo protesto
(si necesita ser, públicamente también)… contra todo de hablar de corrientes de Humboldt... esta corriente era
conocida para todos los pescadores de río desde Chile a Payta 300 años antes que yo. Mi única contribución es haber sido la primera persona
en haber colectado información sistemáticamente acerca de esta…”.
Tomado de: https://www.mardechile.cl/index.php?option=com_content&view=article&id=1221:humboldt-y-la-corriente-frque-lleva-su-nombre&catid=36:artlos-educacionales&Itemid=54
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