viernes, 23 de agosto de 2019

I.3 LA AMAZONÍA: ABUNDANCIA DE VIDA… BAJO AMENAZA DE MUERTE

Introducción
Con una superficie de varios millones de kilómetros cuadrados, la amazonía continental es uno de los biomas continuos más extendidos del planeta que comprende ocho países: Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Suriname y Venezuela[1]. Se puede hablar de la “amazonía mayor” y la “amazonía menor”, pero, en realidad, la extensión de la amazonía difiere según el criterio que se utilice para dimensionarla que, básicamente, son tres:
·   El criterio hidrográfico, según el cual la amazonía es todo el territorio de los ocho países cuyas aguas de escorrentía drenan hacia el gran colector común que es el río Amazonas, el que, a su vez, entrega sus aguas al Océano Atlántico en las costas del Brasil, formando un enorme delta en uno de cuyos brazos del sector sur se encuentra asentada la ciudad de Belém do Pará, apenas a un poco más de un grado de latitud sur respecto del ecuador geográfico. En el marco de este criterio, la ciudad de Huancayo, por ejemplo, en pleno valle del Mantaro y a unos 3.250 msnm, sería “amazónica” lo que no se condice con el concepto que en la mente de la mayoría de los peruanos se tiene de la amazonía.
·      El criterio ecológico, en cuyo marco la amazonía es el territorio cubierto de vegetación y densos bosques, al oriente de los Andes, ocupando territorios tanto en el hemisferio norte como, sobre todo, en el hemisferio sur. Según este criterio, la amazonía es una vasta región, privilegiada por la abundancia de cursos de agua y biodiversidad, donde predominan las altas temperaturas y solamente dos estaciones al año: la de lluvias y la estación seca.
·   Finalmente, el criterio político-administrativo, según el cual, algunos países con pertenencia a la amazonía, han delimitado “su” amazonía, según criterios distintos al hidrográfico o ecológico, con la finalidad, en general, de otorgarle especial atención a ciertas áreas de su territorio vecinas a la amazonía pero no coincidentes con ella según los dos criterios previamente señalados, con el fin de prestarle especial atención en las decisiones políticas y en los planes de desarrollo nacional. Es el caso del Brasil, que define por ley una “amazonía legal” que es 30 % mayor que la que le correspondería según el criterio hidrográfico y 20 % superior si se recurre al criterio hidrológico.

En consecuencia, según el criterio que se utilice, la extensión de la amazonía fluctúa entre aproximadamente los 7,5 y los 6,1 millones de km2, cifras con cualquiera de las cuales se convierte en la cuenca hidrográfica más extensa del planeta. Sin embargo, hay otros conceptos más importantes que la simple extensión de la amazonía: el hecho de que constituye el bosque tropical más extenso del mundo y el de mayor biodiversidad, razón por la cual juega un papel importantísimo en la captación de gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono (CO2) mientras que libera oxígeno a la atmósfera. Es también la principal reserva de agua dulce del planeta, estimándose que allí se genera el 20 % de la misma, siendo que el río Amazonas, cerca de su desembocadura en el Océano Atlántico, desplaza un caudal promedio de 225.000 m3/seg, más que el Nilo, Yangtsé y Mississippi juntos.

La amazonía peruana
Según el criterio ecológico antes mencionado, el Perú posee cerca del 12 % del total de la amazonía. Sin embargo, a diferencia de varios otros países también amazónicos, en su territorio se encuentran las nacientes del monarca de los ríos, pero, además, diversos pisos ecológicos que pueden agruparse en tres:

·   El del “bosque de neblinas” uno de los ecosistemas más ricos en biodiversidad e importancia hidrológica del mundo que se ubica entre los 2.500 y 1.000 msnm, aproximadamente[2]. En ellos, la topografía es por lo general muy accidentada, siendo la altitud   determinante de la baja de las temperaturas durante la noche por lo que, sobre todo durante las primeras horas del día, en la profundidad de los valles y quebradas el cielo está cubierto por densas neblinas. Este bosque presenta una vegetación variada con gigantescos árboles, orquídeas, bromelias, helechos, musgos y líquenes, entre los cuales habitan numerosas especies de fauna como el mono choro de cola amarilla, osos de anteojos, armadillo, comadreja, buitre real, túcan de montaña, guácharo y gallito de las rocas, entre otros. Por las condiciones topográficas dominantes del territorio, el bosque de neblinas no es una zona de denso poblamiento ni del asentamiento de ciudades de importancia, pudiendo asimilarse a ella de manera un poco forzada, en la amazonía norte y en la cuenca del Alto Mayo, a Nueva Cajamarca y Rioja, en la región San Martín; Oxapampa en la región central; y San Juan del Oro, en la región sur del país.  

·     El de la selva alta, denominada por Javier Pulgar como “rupa rupa”, término quechua que quiere decir “muy caliente” o “ardiente”. Está ubicada entre los 400 y 1.000 msnm en el sector oriental de los andes. La selva alta tiene un relieve complejo ya que está conformada por montañas generalmente de mucha pendiente, cavernas, cataratas, pongos y valles todavía estrechos. Su clima es tropical, caracterizado por altas temperaturas e intensa pluviosidad. Es un ecosistema con abundante y diversa flora como el árbol de la quina o cascarilla, que es el árbol nacional, el ojé, el barbasco, el palo balsa, la canela, mohena, etc. Por su parte su fauna es diversa, destacando el gallito de las rocas o tunqui, considerado el ave nacional; además habitan en esa ecoregión especies como el otorongo, sajino, aves como el guacamayo, diversas especies de serpientes, caimán, tortuga motelo, entre otras. Una vez vencido el bosque de neblinas para los colonizadores venidos desde la costa y sierra del país, la selva alta se ha convertido en una ecoregión de relativamente intensa colonización que se inició durante la segunda mitad del siglo XIX  la misma que casi ha desplazado y contribuido a trasculturizar a las poblaciones nativas como los ashaninkas (campas) en la selva central, donde en los valles que se amplían conforme los ríos avanzan hacia el oriente, se ha desarrollado una agricultura cada vez más orientada a los mercados de las ciudades costeras, con cultivos como el café, el cacao y diversidad de frutas tropicales. Ciudades de selva alta son en el Perú, Jaén y Bagua en el norte; Tingo María, San Ramón y La Merced en el centro; y aún pequeños poblados en la selva alta sur, del Cusco y Puno, en donde las vías de comunicación están llegado tardíamente a los sectores bajos del valle de La Convención (Cusco) o de los ríos Inambari y Tambopata (Puno).  

·      El de la selva baja o llanura amazónica, por debajo de los 400 msnm, en donde, debido a la pérdida de pendiente, una vez atravesados los pongos, los ríos adoptan cursos meándricos y se van convirtiendo en las únicas rutas para la comunicación entre los poblados que se asientan en sus riberas y las principales ciudades amazónicas; en los sectores de riberas bajas estos ríos ocupan su lecho mayor de inundación durante la estación de lluvias, con crecientes que pueden abarcar decenas de kilómetros al interior de cada ribera. Allí habitan los principales grupos étnicos propiamente amazónicos, en sectores muchas veces  alejados de los grandes ríos que han sido ocupados, desde la segunda mitad del siglo XIX por los “ribereños”, colonos originalmente procedentes de la región andina, principalmente de los departamentos de Cajamarca y Amazonas, o de los sectores medios de las cuencas de los ríos Marañón y Huallaga, importantes afluentes en el Perú del gran río Amazonas. En la selva baja, la biodiversidad también es muy alta, pero con especies o formaciones diferenciadas a las de selva alta o la del “bosque de neblinas”: por ejemplo, la formación de los aguajales, con la palma del aguaje como especie principal, tiene una presencia importante y juega un papel fundamental en la mitigación del cambio climático, ya que la captación del carbono a nivel del tronco de la especie y principalmente en las raíces del subsuelo, es mucho mayor que en la copa de otras especies de árboles de la amazonía; en cuanto a especies de fauna, dado que en la selva baja los ríos son anchos y caudalosos, en ellos así como en las “cochas” (lagunas, muchas de las cuales son tramos abandonados del lecho de los ríos divagantes) viven cientos de especies de peces, el más apreciado de los cuales es el paiche.

Las limitaciones del medio natural: el deterioro ambiental
Más allá de las visiones optimistas que frecuentemente se han expresado sobre las potencialidades del espacio amazónico con fines de desarrollo, es necesario tener presente que cualquier iniciativa en esa dirección debe tomar en cuenta que allí existen dos factores limitativos claves, propios de este  escenario:

·         La difícil articulación del espacio amazónico, tanto internamente como con el exterior de la región, en un medio en el cual el transporte de superficie tiene que realizarse necesariamente utilizando los ríos, que no solamente poseen cursos divagantes  ocasionando que la distancia entre dos puntos se multiplique respecto a la distancia real en línea recta, sino que, además, en época de creciente se desbordan inundando enormes extensiones del llano amazónico y agravando la situación de aislamiento de la región mientras que en período de vaciante se reduce el calado de las embarcaciones susceptibles de navegar por estos ríos, acarreando obstáculos igualmente adversos para la articulación de estos alejados territorios, especialmente los de frontera, con el resto del país.  En esta materia,  las alternativas a desarrollar deben buscar la promoción de los modos de transporte que permitan optimizar las relaciones distancia-tiempo y peso-precio (flete); sin embargo, como parte de ellas, difícilmente puede generalizarse la carretera porque su construcción y mantenimiento, en un medio natural de las características anotadas, así como la relación costo-beneficio, hará insostenible la financiación de su construcción y mantenimiento en muchos lugares de esta macro-región natural.  La situación de la ciudad de Iquitos, capital de la amazonía peruana, a varios cientos de kilómetros de la carretera más próxima de la red vial nacional (que recién se encuentra en Yurimaguas), resulta bastante ilustrativa al respecto. Sin embargo, la carretera Bellavista – Mazán – El Estrecho, de 188 km de longitud, actualmente en construcción, y que unirá Iquitos con una población ubicada en un punto navegable del Putumayo medio (El Estrecho), sumado a la carretera Genaro Herrera – Colonia Angamos, que vinculará los ríos Ucayali con el Yavarí, abre una esperanza de “aproximar” nuestras fronteras amazónicas al resto del país y de convertir a Iquitos en una verdadera capital  regional de la amazonía peruana.

·         La fragilidad de los ecosistemas del trópico húmedo, situación que determina que la abundancia y diversidad de vida o “biodiversidad” allí existente, no tenga su correlato en la posibilidad de un aprovechamiento económico sostenido a gran escala de tales  ecosistemas y de los recursos naturales que ellos contienen, por lo menos bajo patrones occidentales de ocupación del suelo, dado que las capas de “humus” con alto contenido de materia orgánica son superficiales y fácilmente se pierden cuando se deforesta el bosque primario para el cambio de uso del suelo, es decir, para desarrollar actividades como la agricultura o la ganadería extensiva: las lluvias “lavan” prontamente estos suelos y aceleran el proceso de acidificación que los convierte en suelos inertes, incapaces de sostener la agricultura.  Por esta razón, las áreas con potencial de aprovechamiento económico en esa región se encuentran limitadas a las escasas zonas de terrazas fluviales ribereñas (“altos” o “restingas”) y al uso temporal de las extensas playas que los ríos forman   estacionalmente en los periodos de estiaje y que pueden ser utilizados para cultivos de ciclo corto como son frejol, arroz, maní y algunos frutos como la sandía. Estas limitaciones son particularmente sentidas en los centros poblados fronterizos, en donde la conformación de la red hidrográfica, con ríos que, en algunos casos drenan desde el divortium aquarum del río Ucayali   hacia el oriente (Purús, Yurúa, Yavarí), es decir al Brasil; y en otros casos, con ríos de mucha extensión que proceden desde el Ecuador en la amazonía norte (Santiago, Morona, Pastaza, Tigre, Napo) o trazan el límite con Colombia (Putumayo), haciendo mucho más difícil la integración de esas áreas con el resto del Perú.

Ello contribuye a que la problemática ambiental de la amazonía peruana sea realmente compleja y preocupante. En principio, se estima que anualmente se deforestan no menos de 150.000 ha de bosque primario, tanto para la instalación de cultivos (por ejemplo, palma aceitera, arroz) como para el desarrollo de una ganadería de bovinos de bajo rendimiento; ello en vez de utilizar las purmas, es decir, terrenos que ya han sido deforestados y abandonados por sus primigenios taladores. Este proceso que se ve incentivado por los explotadores ilegales de madera con valor comercial o empresarios agrícolas, en ocasiones involucra a las propias comunidades nativas, las que, ganadas en su desesperación por la miseria en la que viven, otorgan a estos comerciantes y empresarios inescrupulosos derechos para la extracción de madera desde sus territorios, cuando son titulados o para tramitar su titulación, a cambio de sumas de dinero. Peor es la situación en regiones como Ucayali o Madre de Dios, en donde la carretera principal existente incentiva la construcción de trochas carrozables que a modo de “espina de pescado” se introducen en el bosque primigenio, produciéndose el talado de la madera de alto valor comercial, sin que los organismos oficiales encargados de controlar este despropósito puedan hacer mucho para evitarlo. Otro tema igualmente preocupante en la perspectiva ambiental es el de la explotación ilegal del oro que se da localizadamente en varios sectores de la amazonía como Madre de Dios o en el río Putumayo, actividad que al utilizar reactivos químicos para recuperar el oro de los mantos aluviales, genera una enorme devastación del bosque amazónico convirtiendo en inertes a sus suelos.

Estas actividades de deforestación del bosque amazónico primario, al crear grandes claros en el bosque, determinan, además, que el impacto de las lluvias sobre un suelo descubierto y frágil altere la escorrentía natural, lo que favorece la formación de sectores pantanosos, con gran acumulación de aguas estancadas, que son el lugar ideal para la proliferación de los vectores de enfermedades como la malaria o el dengue, las mismas que luego de haber sido consideradas casi controladas hace pocas décadas atrás, han vuelto a reaparecen con fuerza en casi toda la amazonía peruana, especialmente en la vasta selva baja.
Finalmente, la sobrepesca en algunos sectores, también determina la escasez de especies en determinadas épocas del año así como la disminución de las tallas de las especies que se comercializan en los mercados, de manera similar a como está ocurriendo con la pesca marítima en nuestro país, siendo éste otro atentado preocupante contra la biodiversidad amazónica.

La población amazónica
Contando con la población nativa amazónica, que según el INEI supera ligeramente los 330.000 habitantes, la población amazónica llegó a sumar, en total, según el censo de 2017 los 4,1 millones de habitantes, representando el 13,9 % de la población del país. Ello muestra una tendencia creciente, ya que la amazonía más que duplica la participación que tuvo en el total demográfico del país en el censo de 1940 –hace casi 80 años- cuando representaba sólo el 6,7 %. ¿Es esto reflejo de una reciente vocación colonizadora de la amazonía que los peruanos no teníamos en el pasado?. En realidad la respuesta es compleja y este blogger cree que en el desarrollo de este proceso se conjugan  una serie de factores: la presión del campesinado andino sobre la tierra en su región de origen, que generalmente se encuentra sumamente fraccionada (minifudio) además de tener, salvo algunos valles interandinos, una baja productividad; la construcción de carreteras de penetración, a pesar de que sólo algunas están pavimentadas; el atractivo de desarrollar actividades que producen ingresos monetarios significativos, sobre todo si están amparadas en la ilegalidad: sembrío de coca, lavado del oro…

Esa población se encuentra sumamente dispersa, ubicada principalmente a lo largo de la ribera de los ríos amazónicos cuando se trata de población rural, compuesta por colonos ribereños, descendientes de los antiguos migrantes que ya desde mediados del siglo XIX ingresaban a la amazonía en búsqueda de mayor fortuna de la que obtenían en sus pueblos andinos (o a veces costeros) de origen. La población nativa, con algunas exepciones, tiene sus tierras comunales en sectores más aislados de la amazonía, delimitados por ríos menores. La población ribereña vive por lo general de la pesca y la agricultura de playa para la venta de la producción en los mercados de las ciudades (frijol, arroz, sandía, productos de la pesca) mientras que los habitantes nativos superviven bajo el modelo de una economía de subsistencia: cultivos itinerantes de yuca y plátano, recolección de frutos del bosque, caza de animales menores.

Las posibilidades de desarrollar actividades productivas a mayor escala, en un marco de respeto a los principios de ecoeficiencia, que generen excedentes para los pobladores, se ven limitadas por falta de conocimientos técnicos y del comportamiento de los mercados, así como la lejanía o inaccesibilidad a los mismos. Algunos proyectos experimentales van en buena dirección, como ser la producción de chocolates producidos por la etnia de los tikuna a partir de cacao nativo en la zona del así denominado “trapecio amazónico” (frontera tripartita del Perú con Colombia y Brasil); o las piscigranjas para el cultivo de especies como el paco y la gamitana; o la producción y procesamiento del café de los valles del piedemonte oriental, en la provincia de Sandia, que incluso involucra a productores del sector boliviano de la frontera; pero  mientras no se resuelva el problema de la articulación eficiente de la amazonía con el resto del país, proyectos de este tipo sólo tendrán un éxito parcial, sostenible para algunas comunidades fronterizas por las posibilidades de vender a precio mayor que el local los productos en las poblaciones de los países vecinos, especialmente Ecuador, Colombia y Brasil.

El papel de las ciudades en la integración de la amazonía
En la selva baja se encuentran las principales ciudades amazónicas del Perú: Iquitos, la capital de la amazonía peruana, en la selva norte, con una población en 2017, según el censo del INEI, de 480.000 habitantes; Pucallpa, en la selva central, con una población de 326.000 habitantes; Puerto Maldonado en la selva sur, con una población de 85.000 habitantes. Otras ciudades importantes son Tarapoto, en el departamento de San Martín, con 180.000 habitantes; Yurimaguas, en el departamento de Loreto y a sólo 130 km de Tarapoto, con cerca de 70.000 habitantes; y ciudades menores como Nauta, Requena y Contamana. Puerto Maldonado, Tarapoto, Yurimaguas y Pucallpa son las únicas ciudades de la selva baja vinculadas con el resto del país por carretera, siendo que Yurimaguas y Pucallpa constituyen, además, puertos fluviales.

Pero, no funciona en el Perú un sistema de ciudades amazónicas. Por un lado está Iquitos como capital de nuestra amazonía, que tiene un radio de influencia y relaciones que van en sentido oeste – este, desde Tarapoto-Yurimaguas hasta Caballococha, a través del eje fluvial Marañón – Amazonas. Ciudades menores hacia el sur como Nauta, Requena y de alguna manera Contamana, también caen bajo la órbita de influencia de Iquitos, pero hacia el norte, el despoblamiento y el relativo poco caudal de los ríos que bajan desde el Ecuador (salvo el del río Napo) hacen que esa influencia no llegue muy lejos. En realidad resulta muy difícil explicar cómo el Perú ha logrado consolidar una ciudad como Iquitos, en plena amazonía baja, siendo un país que no se caracteriza precisamente, por la fortaleza funcional y sobre todo económica de sus ciudades. Esta comparación es particularmente válida con Colombia, un país con varias ciudades millonarias en habitantes, pero que en la amazonía y sobre las riberas del río Amazonas, sólo tiene a una ciudad como Leticia, fundada en el siglo XIX, por peruanos por añadidura, y que es unas 12 veces más pequeña demográficamente que Iquitos.

En cuanto a las ciudades que tienen comunicación por carretera con el resto del país, se trata, en casi todos los casos, de puntos terminales de las vías que las vinculan con el interior andino y costero por tierra, pero eso no ha sido suficiente para que se afiancen como centros de producción y servicios que generen una dinámica económica que se proyecte a un entorno regional y menos fronterizo. En ellas el comercio, vía la ruptura de transporte para pasar del camión a la lancha o la “chata” y seguir mediante la navegación fluvial llevando productos procedentes generalmente de Lima u otras ciudades costeras hacia los poblados ribereños amazónicos, constituye su función principal. Por lo demás, varias de las ciudades amazónicas peruanas constituyen destinos turísticos de importancia, especialmente Iquitos y Puerto Maldonado, pero la proliferación de lodges en el bosque primario cercano a estas ciudades, en el marco de un turismo ecológico, funciona prácticamente al margen de la magra dinámica económica de estas ciudades.

El futuro de la amazonía peruana
Llena de recursos naturales frágiles, abandonada a su suerte desde siempre, la amazonía peruana sobrevive cada vez más amenazada por los agentes que, sin piedad, intervienen en ella ocasionando serios perjuicios ambientales. Inclusive las ciudades amazónicas son focos de contaminación y de desprecio al medio ambiente. En prácticamente todas ellas, con excepción de algunas ciudades como Moyobamba, en San Martín, no existen rellenos sanitarios para tratar los desechos sólidos, ni plantas para el tratamiento de aguas servidas  antes de ser devueltas al río, con lo cual el aludido deterioro ambiental se proyecta sobre los cuerpos de agua de esta región natural que tiene en el bosque y en los recursos hídricos a su principal patrimonio.

Si esta situación, sumada a la descrita en acápites anteriores, se prolonga en el tiempo; si a ella se suma la incapacidad de ofertar servicios eficientes para la población y la actividad económica, tanto por parte del Estado como de la actividad privada; si somos ineficaces para consolidar cadenas productivas que tomen en cuenta a poblados fronterizos tales como Iñapari, Puerto Esperanza (Purús), Breu, Colonia Angamos, Islandia, Caballococha, El Estrecho, Santa Mercedes, Soplín Vargas y Gueppí, estos cuatro últimos sobre el Putumayo; si seguimos sin solucionar el problema de la falta de articulación de vastos sectores de la amazonía con el resto del país; entonces habremos condenado a esta región peruana a su rápida desaparición; a la evolución del bosque húmedo tropical hacia tierras yermas o de purma; a la contaminación y degradación irreversible de sus tierras y cuerpos de agua; y a la migración de su población, especialmente la fronteriza, a los países vecinos, todos los cuales tienen políticas realmente promocionales para el desarrollo de su amazonía que ya viene operando como un factor de atracción de la población fronteriza peruana, la que, de acuerdo al censo de 2017 ha disminuido en – 0,42 % (distritos fronterizos) con relación al censo de 2007, situación que no parece grave pero que refleja una preocupante tendencia que resulta perentorio corregir.

La política del avestruz, que se refleja en la carencia de una política para la amazonía,  no es, entonces, un buen referente a seguir. Mantener a la amazonía viva y garantizar su pervivencia, debe ser el compromiso de todos los peruanos y especialmente de la clase política, tan dada a actuar de modo inmediatista y “apagando incendios” cuando éstos están por quemarles los pies. Para los que piensan y actúan así, la lejanía de la amazonía del centro del poder, Lima, constituye una cínica ventaja y un alivio, conducta que tiene que acabar muy pronto si no queremos asistir al funeral de un territorio que todavía constituye un emporio natural y una reserva de vida.

Miércoles, 26 de junio de 2019



[1] También la Guayana Francesa, dominada por el bosque húmedo tropical sudamericano, pero que constituye un departamento de ultramar de una potencia europea: Francia.
[2] Si bien en algunos sectores localizados y orientados en la dirección en la que sopla el viento húmedo, estos bosques pueden “subir” hasta los 3.000 msnm y aún más.

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