AGLOMERACIÓN LIMA – CALLAO: ¿UNA O DOS CIUDADES? Conurbación y zonificación en el debate


La aprobación en julio pasado de una ordenanza de la Municipalidad de Lima Metropolitana que norma los cambios de zonificación en la Provincia de Lima, ha hecho reaparecer en este blogger  algunas preocupaciones  que podemos situar en la temática general del planeamiento urbano de la capital del Perú. Nos referiremos en este artículo sólo a dos de sus aspectos:

PUNTO 1: Lima y El Callao, en pleno siglo XXI ¿son dos ciudades?; ¿debieran funcionar como tales?.

PUNTO 2: en una aglomeración que llega casi a los 10 millones de habitantes (9’450,000 habitantes según el INEI, al 30 de junio de 2012), que calculamos devora –a falta de datos oficiales- unas 150 mil hectáreas de terreno y que se extiende aproximadamente 75 km entre su extremo sur (a la altura de Pachacamac) y la salida norte (Ancón); y más de 60 km de este a oeste, desde Chosica – Ricardo Palma hasta La Punta en El Callao, ¿qué criterio general deberían tener las normas sobre zonificación, considerando, además, el pleno auge inmobiliario que vive la capital ?

PUNTO 1: DE LA AGLOMERACIÓN LIMA – EL CALLAO A LA CONURBACIÓN METROPOLITANA
-          El avión que trae a un turista extranjero está a punto de aterrizar en nuestro  aeropuerto internacional. El asistente de vuelo anuncia por los altavoces: “La línea aérea XX le da la bienvenida al aeropuerto internacional Jorge Chávez, ubicado en la Provincia Constitucional de El Callao; la hora local es xx y la temperatura  xx grados centígrados”.
-          El turista desembarca, cumple con los trámites migratorios y aborda un taxi. Al dejar el recinto aeroportuario, lo primero que advierte en el óvalo de la avenida Faucett es un letrero que dice: “Bienvenido a la Provincia Constitucional de El Callao”.

Y ahora, ¿qué hacer?. El buen tipo creía que llegaba a Lima; por lo menos eso es lo que dice en su boleto aéreo. Pero resulta que llegó a El Callao. ¿No será que distraídamente se bajó del avión en un punto intermedio y no en el que él creía que era su destino final?.

Esta  supuesta o probable anécdota no le hará mucha gracia al habitante de la aglomeración Lima – Callao. Desplazarse en el limbo, sin saber si está en Lima o en El Callao,  y ser por ello objeto de la aplicación de regulaciones municipales distintas, es un riesgo cotidiano en un todo urbano que hace muchas décadas -diría que desde los años 1960- ha dejado de funcionar, sin posibilidad de retorno, como un par de ciudades.  Sin embargo, sus respectivas autoridades locales y el mismísimo gobierno nacional avalan, protegen y destacan la “individualidad” de cada una del supuesto par de urbes, que sin duda lo fueron décadas atrás, pero que el proceso migratorio  hacia “la capital”, y el propio crecimiento demográfico interno, han dejado, en los hechos, como cosa del pasado. El Callao, por lo demás, no sólo es “Provincia Constitucional”, concepto que a estas alturas del siglo XXI a nadie (o casi) le interesa y menos entiende, sino que además, después del proceso de regionalización dispuesto por el gobierno de Toledo, es también una “Región”. Una complicación adicional a la ya intrincada realidad urbana de la capital del país.

Si bien los servicios básicos de agua y saneamiento así como de suministro eléctrico están integrados para el conjunto de la aglomeración, el esfuerzo por mantener la mencionada individualidad es notorio, sobre todo por parte de El Callao. Para nadie es novedad de que esa “ciudad”, más allá del típico temperamento chalaco de su gente -caracterizado por su extroversión, carácter bullicioso y cierto atrevimiento-, maneja a través de sus autoridades locales y “regionales” sus propias normas para regular el funcionamiento del sector de la urbe bajo su jurisdicción. En materia de tránsito, por ejemplo.

Si usted va manejando su auto por la avenida La Marina en el sentido de San Miguel a El Callao, debe tener mucho cuidado con la velocidad a la que conduce, pues apenas ingresa al territorio del primer puerto al que –dicho sea de paso-  es recibido con vistosos carteles de “Bienvenido”, es pasible de ser merecedor de una fotopapeleta, puesto que las regulaciones sobre velocidades máximas permitidas las establece allá la Gerencia General de Transporte Urbano de la Municipalidad Provincial de El Callao y pueden ser distintas (y de hecho lo son) a las que rigen en la Provincia de Lima.

Y ni qué decir del transporte público. Si usted es taxista y confía en su registro del SETAME gestionado laboriosamente ante la Municipalidad de Lima Metropolitana, pues sepa que de nada le vale en El Callao. Necesitará gestionar otro, con los correspondientes costos e inversión de tiempo, en el SETACA de la Municipalidad del primer puerto. Por culpa de los SETAME / SETACA, hace un par de años me ví en la necesidad de tomar un taxi desde el centro de Lima al Aeropuerto y recién el taxi nº 11 en parar aceptó llevarme. Ese sí contaba con la autorización del SETACA para poder ingresar al aeropuerto “Jorge Chávez” que sirve a los habitantes de la aglomeración Lima – Callao, pero que está ubicado en predios de El Callao, en esa imperceptible jurisdicción cuya autoridad municipal -de ese modo-, deja sentada su autoridad, no importa que por esa razón cualquier ciudadano pueda perder su vuelo.

Creo que ya es hora de que, sea motu propio o mediante algún instrumento del Ejecutivo, ambas provincias (¿ambas ciudades?) formalicen un mecanismo de coordinación permanente que haga posible armonizar gradualmente las regulaciones en materia de funcionamiento de la urbe. Hasta ahora, Lima y El Callao constituyen una aglomeración, es decir, un espacio urbano que se extiende sin solución de continuidad a lo largo de varias circunscripciones administrativas, pero nada más. Lo  que deberíamos  exigir los ciudadanos que habitamos en ella es que funcione como una conurbación: un conjunto urbano que se originó a partir de un par de ciudades, pero que en función de su desarrollo demográfico y espacial en el tiempo, actualmente se traslapa en los ámbitos suburbanos o periurbanos, siendo que sus habitantes y actividades mantienen estrecha interdependencia, por lo que convienen en planificar y atender gran parte de las demandas de servicios urbanos de manera conjunta o estrechamente coordinada. La obra ya acordada de prolongación de la Costa Verde en 5,6 km, desde San Miguel hasta El Callao, consolidando en los próximos dos años un corredor vial que unirá al Callao con Chorrillos, aliviando el tráfico que soportan las avenidas Javier Prado y La Marina, es una demostración práctica de cuál es el camino: diálogo, coordinación, planificación conjunta.

Por lo demás, el objetivo principal de tal esfuerzo será el de procurar economías de escala adecuadas, que generen también una comunidad de intereses entre sus habitantes y autoridades, y que contribuya, asimismo, a elevar la calidad de vida de la población, en la medida en que los problemas que limitan la obtención de esas metas son atacados sobre la base de la cooperación en la amplia temática de la planificación del desarrollo urbano y de una administración coordinada de los servicios urbanos. Nada más, pero también nada menos.  Téngase en cuenta que no estamos proponiendo definir para nuestra aglomeración un estatus de “Distrito Especial” o figura similar como sí lo tienen urbes como México D.F. o Bogotá en la región latinoamericana. Eso sería muy difícil y, eventualmente, demandaría hasta una reforma constitucional, siendo que, por ejemplo, la Constitución vigente, en su artículo 190º, al hacer referencia al proceso de regionalización, establece que éste “…se inicia eligiendo gobiernos en los actuales departamentos y la Provincia Constitucional del Callao.

Pero se trata, además, de hacer ese tránsito con criterio de absoluta horizontalidad. No vaya a ser que los chalacos, por ser menos numerosos que los limeños, se sientan minimizados, despreciados o avasallados y se opongan a un proceso que se presenta tan útil como impostergable. Claro, seguramente los grandes perdedores serán los políticos del Primer Puerto, cuya sobrevivencia, especialmente a la hora de las elecciones, se basa en insuflar el ego chalaco hasta alturas insospechadas. Si avanzamos en un proceso como el sugerido, a largo plazo a ellos sólo les quedaría cantar la vieja polka Nostalgia Chalaca…  

PUNTO 2: UNA ZONIFICACIÓN QUE ESTIMULE LA DENSIFICACIÓN DEL TEJIDO URBANO Y LA CONSECUENTE REDUCCIÓN DE LOS COSTOS DE FUNCIONAMIENTO DE LA URBE
Definir el paisaje urbano implica añadir a las condiciones de emplazamiento y al trazado del plano (ortogonal, radiocéntrico, etc.), el volumen de las edificaciones y sus principales características. En ese sentido, el paisaje urbano es la apariencia de la ciudad; su “perfil”, visto por un observador situado en las afueras o en la periferia de ella.

Básicamente se oponen dos paisajes urbanos: ciudades en altura y ciudades de baja edificación, lo que lleva a reconocer, respectivamente, ciudades cerradas, con alta densidad y que crecen en altura, como Sao Paulo, en Brasil, y ciudades abiertas, dispersas, que dilapidan el espacio.

Lima se encuentra entre estas últimas. Asentada originalmente sobre el valle del río Rimac, ocupa en la actualidad alrededor de 150,000 hectáreas, copando no solamente los otros dos valles cercanos (los de los ríos Lurín, al sur, y Chillón, al norte) sino también grandes extensiones desérticas además de sectores de las estribaciones andinas. El hecho de crecer a lo largo de casi cinco siglos sobre terrenos planos, sin ningún límite, ha generado en el habitante capitalino un espíritu comodón: desde las clases altas al más modesto trabajador,  han tenido siempre la expectativa de vivir en una casa (o una “casita” si los recursos no dan para mucho), es decir, en una vivienda de uno o, máximo, dos pisos y al nivel de la calle. Si a ello se sumaba un jardincito en el área del retiro, tanto mejor.

Ese estilo de vida urbana no lo han tenido los habitantes de otras capitales sudamericanas –por lo menos desde la aceleración del proceso de urbanización en los países de la región- menos favorecidas por factores de emplazamiento (Caracas, Quito, La Paz…), vale decir, por una topografía que limitaba la expansión horizontal de la urbe, por lo que tempranamente tuvieron que crecer verticalmente, mediante edificaciones de varias decenas de pisos.

Pero las ciudades devoradoras de espacio como Lima, confrontan un límite que viene dado por los altos costos de funcionamiento: la dotación de servicios de agua, alcantarillado, electricidad, telecomunicaciones, requiere de extensas redes y, por lo tanto, se encarece la provisión de esos servicios. Construir y mantener avenidas, calles y veredas, del mismo modo. Ni qué decir del tiempo perdido en los desplazamientos. Carente de un sistema de transporte masivo (el “Metropolitano” o el tren eléctrico son apenas el inicio de la solución) y de vías rápidas, los tiempos de desplazamiento en la capital del país son sumamente elevados: ¿cuánto se demora para llegar a su trabajo en una planta industrial de la avenida Argentina un obrero que vive en Villa El Salvador?. Un par de horas de ida y otras tanto de regreso. En resumen, un 50 % adicional a la duración de su jornada laboral perdido en tratar de llegar al trabajo o retornar a su casa al fin del día. Y, eso, sin contar el enorme consumo per cápita de combustible que el país importa y la consecuente contaminación ambiental de la urbe que miles de vehículos motorizados alimentan cada día.

En ese contexto, resulta obsoleto el criterio general de zonificación que maneja la Municipalidad de Lima Metropolitana así como  los reglamentos de zonificación que decretan los municipios distritales. En el marco de lo que ellos establecen, la construcción vertical, hacia arriba, está prácticamente vedada en la capital del país, por lo menos para la función residencial. Si el propietario de un terreno o de una empresa constructora quiere levantar un edificio de departamentos de cinco o más pisos en la mayoría de los distritos limeños, constituye un ritual inevitable consultar previamente el plano de zonificación: así sabrá si resultará interesante y rentable construir allí donde se ubica su terreno o la casona que piensa derruir, siendo que las posibilidades de que salga decepcionado tienen una probabilidad muy alta.

Pero, si no es el municipio con su reglamento de zonificación, son los propios vecinos los que  a través de las “asociaciones de propietarios”,  se organizan para protestar por los “atropellos” a la tranquilidad del vecindario que representan los reglamentos de zonificación cuando son modernizados en el propósito de favorecer una mayor densificación y una mejor utilización del  espacio urbano. Claro, todo ello, en un contexto de auge inmobiliario en el que no hay que ser muy suspicaz para suponer (y a veces también comprobar a través de la prensa y los noticieros televisivos)   que las dependencias de ciertos municipios distritales  que otorgan las licencias de construcción, son focos de corrupción muy rentables para algunos de sus funcionarios. Mientras tanto, en una ciudad casi carente por completo de vías rápidas (la construcción de la “Línea Amarilla”, ahora llamada “Vía Parque Rimac”, apenas ha sido iniciada, tendrá 9 km y sólo aliviará el tráfico entre el centro de Lima y El Callao), los habitantes de la urbe limeña, en su conjunto, pagan las consecuencias: congestión, más consumo de uno de los combustibles más caros del mundo, pérdida de millones de horas/hombre al año, stress colectivo…



CIUDADES VERTICAL Y HORIZONTAL EN SUDAMÉRICA: SAO  PAULO Y LIMA


Como habitantes del universo limeño-chalaco, se impone un cambio urgente de nuestra mentalidad colectiva y creemos que él debe ser promovido por las propias autoridades de la Municipalidad Metropolitana de Lima y sus pares de El Callao, de modo de conjugar la necesidad de densificar la urbe, hacer accesibles para todos los servicios urbanos, y crear espacios públicos que preserven la calidad de vida del habitante citadino, de manera de evitar el “gigantismo”, el caos y el altísimo costo de funcionamiento de la ciudad, a riesgo de que, de no hacerlo, en pocos años más pasemos a ser prisioneros de una metrópoli en la que el paisaje urbano y la calidad de vida se aproxime a los de las más caóticas megalópolis de los países africanos o asiáticos del Tercer Mundo.

(31/10/2012)

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