Con
una superficie de varios millones de kilómetros cuadrados, la amazonía continental
es uno de los biomas continuos más extendidos del planeta que comprende ocho
países: Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Suriname y Venezuela[1]. Se puede hablar de la
“amazonía mayor” y la “amazonía menor”, pero, en realidad, la extensión de la
amazonía difiere según el criterio que se utilice para dimensionarla que,
básicamente, son tres:
· El criterio hidrográfico, según el cual la
amazonía es todo el territorio de los ocho países cuyas aguas de escorrentía
drenan hacia el gran colector común que es el río Amazonas, el que, a su vez,
entrega sus aguas al Océano Atlántico en las costas del Brasil, formando un
enorme delta en uno de cuyos brazos del sector sur se encuentra asentada la
ciudad de Belém do Pará, apenas a un poco más de un grado de latitud sur
respecto del ecuador geográfico. En el marco de este criterio, la ciudad de
Huancayo, por ejemplo, en pleno valle del Mantaro y a unos 3.250 msnm, sería
“amazónica” lo que no se condice con el concepto que en la mente de la mayoría
de los peruanos se tiene de la amazonía.
· El criterio ecológico, en cuyo marco la
amazonía es el territorio cubierto de vegetación y densos bosques, al oriente
de los Andes, ocupando territorios tanto en el hemisferio norte como, sobre
todo, en el hemisferio sur. Según este criterio, la amazonía es una vasta
región, privilegiada por la abundancia de cursos de agua y biodiversidad, donde
predominan las altas temperaturas y solamente dos estaciones al año: la de
lluvias y la estación seca.
· Finalmente,
el criterio político-administrativo,
según el cual, algunos países con pertenencia a la amazonía, han delimitado
“su” amazonía, según criterios distintos al hidrográfico o ecológico, con la
finalidad, en general, de otorgarle especial atención a ciertas áreas de su
territorio vecinas a la amazonía pero no coincidentes con ella según los dos
criterios previamente señalados, con el fin de prestarle especial atención en
las decisiones políticas y en los planes de desarrollo nacional. Es el caso del
Brasil, que define por ley una “amazonía legal” que es 30 % mayor que la que le
correspondería según el criterio hidrográfico y 20 % superior si se recurre al
criterio hidrológico.
En consecuencia, según el criterio que se utilice, la extensión de la amazonía fluctúa entre aproximadamente los 7,5 y los 6,1 millones de km2, cifras con cualquiera de las cuales se convierte en la cuenca hidrográfica más extensa del planeta. Sin embargo, hay otros conceptos más importantes que la simple extensión de la amazonía: el hecho de que constituye el bosque tropical más extenso del mundo y el de mayor biodiversidad, razón por la cual juega un papel importantísimo en la captación de gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono (CO2) mientras que libera oxígeno a la atmósfera. Es también la principal reserva de agua dulce del planeta, estimándose que allí se genera el 20 % de la misma, siendo que el río Amazonas, cerca de su desembocadura en el Océano Atlántico, desplaza un caudal promedio de 225.000 m3/seg, más que el Nilo, Yangtsé y Mississippi juntos.
La
amazonía peruana
Según
el criterio ecológico antes mencionado, el Perú posee cerca del 12 % del total
de la amazonía. Sin embargo, a diferencia de varios otros países también
amazónicos, en su territorio se encuentran las nacientes del monarca de los
ríos, pero, además, diversos pisos ecológicos que pueden agruparse en tres:
· El
del “bosque de neblinas” uno de los
ecosistemas más ricos en biodiversidad e importancia hidrológica del mundo que
se ubica entre los 2.500 y 1.000 msnm, aproximadamente[2]. En ellos, la topografía es por lo
general muy accidentada, siendo la altitud determinante de la baja de las temperaturas
durante la noche por lo que, sobre todo durante las primeras horas del día, en
la profundidad de los valles y quebradas el cielo está cubierto por densas
neblinas. Este bosque presenta una vegetación variada con gigantescos árboles,
orquídeas, bromelias, helechos, musgos y líquenes, entre los cuales habitan
numerosas especies de fauna como el mono choro de cola amarilla, osos de
anteojos, armadillo, comadreja, buitre real, túcan de montaña, guácharo y
gallito de las rocas, entre otros. Por las condiciones topográficas dominantes del
territorio, el bosque de neblinas no es una zona de denso poblamiento ni del
asentamiento de ciudades de importancia, pudiendo asimilarse a ella de manera
un poco forzada, en la amazonía norte y en la cuenca del Alto Mayo, a Nueva
Cajamarca y Rioja, en la región San Martín; Oxapampa en la región central; y
San Juan del Oro, en la región sur del país.
· El
de la selva alta, denominada por
Javier Pulgar como “rupa rupa”, término quechua que quiere decir “muy caliente”
o “ardiente”. Está ubicada entre los 400 y 1.000 msnm en el sector oriental de
los andes. La selva alta tiene un relieve complejo ya que está conformada por
montañas generalmente de mucha pendiente, cavernas, cataratas, pongos y valles
todavía estrechos. Su clima es tropical, caracterizado por altas temperaturas e
intensa pluviosidad. Es un ecosistema con abundante y diversa flora como el
árbol de la quina o cascarilla, que es el árbol nacional, el ojé, el barbasco,
el palo balsa, la canela, mohena, etc. Por su parte su fauna es diversa,
destacando el gallito de las rocas o tunqui, considerado el ave nacional;
además habitan en esa ecoregión especies como el otorongo, sajino, aves como el
guacamayo, diversas especies de serpientes, caimán, tortuga motelo, entre otras.
Una vez vencido el bosque de neblinas para los colonizadores venidos desde la
costa y sierra del país, la selva alta se ha convertido en una ecoregión de
relativamente intensa colonización que se inició durante la segunda mitad del
siglo XIX la misma que casi ha desplazado
y contribuido a trasculturizar a las poblaciones nativas como los ashaninkas
(campas) en la selva central, donde en los valles que se amplían conforme los
ríos avanzan hacia el oriente, se ha desarrollado una agricultura cada vez más
orientada a los mercados de las ciudades costeras, con cultivos como el café,
el cacao y diversidad de frutas tropicales. Ciudades de selva alta son en el Perú,
Jaén y Bagua en el norte; Tingo María, San Ramón y La Merced en el centro; y
aún pequeños poblados en la selva alta sur, del Cusco y Puno, en donde las vías
de comunicación están llegado tardíamente a los sectores bajos del valle de La
Convención (Cusco) o de los ríos Inambari y Tambopata (Puno).
· El
de la selva baja o llanura
amazónica, por debajo de los 400 msnm, en donde, debido a la pérdida de
pendiente, una vez atravesados los pongos, los ríos adoptan cursos meándricos y
se van convirtiendo en las únicas rutas para la comunicación entre los poblados
que se asientan en sus riberas y las principales ciudades amazónicas; en los
sectores de riberas bajas estos ríos ocupan su lecho mayor de inundación
durante la estación de lluvias, con crecientes que pueden abarcar decenas de
kilómetros al interior de cada ribera. Allí habitan los principales grupos
étnicos propiamente amazónicos, en sectores muchas veces alejados de los grandes ríos que han sido
ocupados, desde la segunda mitad del siglo XIX por los “ribereños”, colonos
originalmente procedentes de la región andina, principalmente de los
departamentos de Cajamarca y Amazonas, o de los sectores medios de las cuencas
de los ríos Marañón y Huallaga, importantes afluentes en el Perú del gran río
Amazonas. En la selva baja, la biodiversidad también es muy alta, pero con
especies o formaciones diferenciadas a las de selva alta o la del “bosque de
neblinas”: por ejemplo, la formación de los aguajales, con la palma del aguaje
como especie principal, tiene una presencia importante y juega un papel
fundamental en la mitigación del cambio climático, ya que la captación del
carbono a nivel del tronco de la especie y principalmente en las raíces del
subsuelo, es mucho mayor que en la copa de otras especies de árboles de la
amazonía; en cuanto a especies de fauna, dado que en la selva baja los ríos son
anchos y caudalosos, en ellos así como en las “cochas” (lagunas, muchas de las
cuales son tramos abandonados del lecho de los ríos divagantes) viven cientos
de especies de peces, el más apreciado de los cuales es el paiche.
Las limitaciones del medio natural: el deterioro ambiental
Más
allá de las visiones optimistas que frecuentemente se han expresado sobre las
potencialidades del espacio amazónico con fines de desarrollo, es necesario
tener presente que cualquier iniciativa en esa dirección debe tomar en cuenta
que allí existen dos factores limitativos claves, propios de este escenario:
·
La
difícil articulación del espacio amazónico, tanto internamente como con el
exterior de la región, en un medio en el cual el transporte de superficie tiene
que realizarse necesariamente utilizando los ríos, que no solamente poseen
cursos divagantes ocasionando que la
distancia entre dos puntos se multiplique respecto a la distancia real en línea
recta, sino que, además, en época de creciente se desbordan inundando enormes
extensiones del llano amazónico y agravando la situación de aislamiento de la
región mientras que en período de vaciante se reduce el calado de las
embarcaciones susceptibles de navegar por estos ríos, acarreando obstáculos
igualmente adversos para la articulación de estos alejados territorios,
especialmente los de frontera, con el resto del país. En esta materia, las alternativas a desarrollar deben buscar
la promoción de los modos de transporte que permitan optimizar las relaciones
distancia-tiempo y peso-precio (flete); sin embargo, como parte de ellas,
difícilmente puede generalizarse la carretera porque su construcción y
mantenimiento, en un medio natural de las características anotadas, así como la
relación costo-beneficio, hará insostenible la financiación de su construcción
y mantenimiento en muchos lugares de esta macro-región natural. La situación de la ciudad de Iquitos, capital
de la amazonía peruana, a varios cientos de kilómetros de la carretera más
próxima de la red vial nacional (que recién se encuentra en Yurimaguas),
resulta bastante ilustrativa al respecto. Sin embargo, la carretera Bellavista
– Mazán – El Estrecho, de 188 km de longitud, actualmente en construcción, y
que unirá Iquitos con una población ubicada en un punto navegable del Putumayo
medio (El Estrecho), sumado a la carretera Genaro Herrera – Colonia Angamos,
que vinculará los ríos Ucayali con el Yavarí, abre una esperanza de “aproximar”
nuestras fronteras amazónicas al resto del país y de convertir a Iquitos en una
verdadera capital regional de la
amazonía peruana.
·
La
fragilidad de los ecosistemas del trópico húmedo, situación que determina que
la abundancia y diversidad de vida o “biodiversidad” allí existente, no tenga
su correlato en la posibilidad de un aprovechamiento económico sostenido a gran
escala de tales ecosistemas y de los
recursos naturales que ellos contienen, por lo menos bajo patrones occidentales
de ocupación del suelo, dado que las capas de “humus” con alto contenido de
materia orgánica son superficiales y fácilmente se pierden cuando se deforesta
el bosque primario para el cambio de uso del suelo, es decir, para desarrollar
actividades como la agricultura o la ganadería extensiva: las lluvias “lavan”
prontamente estos suelos y aceleran el proceso de acidificación que los
convierte en suelos inertes, incapaces de sostener la agricultura. Por esta razón, las áreas con potencial de
aprovechamiento económico en esa región se encuentran limitadas a las escasas
zonas de terrazas fluviales ribereñas (“altos” o “restingas”) y al uso temporal
de las extensas playas que los ríos forman
estacionalmente en los periodos de estiaje y que pueden ser utilizados
para cultivos de ciclo corto como son frejol, arroz, maní y algunos frutos como
la sandía. Estas limitaciones son particularmente sentidas en los centros
poblados fronterizos, en donde la conformación de la red hidrográfica, con ríos
que, en algunos casos drenan desde el divortium
aquarum del río Ucayali hacia el
oriente (Purús, Yurúa, Yavarí), es decir al Brasil; y en otros casos, con ríos
de mucha extensión que proceden desde el Ecuador en la amazonía norte
(Santiago, Morona, Pastaza, Tigre, Napo) o trazan el límite con Colombia
(Putumayo), haciendo mucho más difícil la integración de esas áreas con el
resto del Perú.
Ello contribuye a que la problemática ambiental de la amazonía peruana sea realmente compleja y preocupante. En principio, se estima que anualmente se deforestan no menos de 150.000 ha de bosque primario, tanto para la instalación de cultivos (por ejemplo, palma aceitera, arroz) como para el desarrollo de una ganadería de bovinos de bajo rendimiento; ello en vez de utilizar las purmas, es decir, terrenos que ya han sido deforestados y abandonados por sus primigenios taladores. Este proceso que se ve incentivado por los explotadores ilegales de madera con valor comercial o empresarios agrícolas, en ocasiones involucra a las propias comunidades nativas, las que, ganadas en su desesperación por la miseria en la que viven, otorgan a estos comerciantes y empresarios inescrupulosos derechos para la extracción de madera desde sus territorios, cuando son titulados o para tramitar su titulación, a cambio de sumas de dinero. Peor es la situación en regiones como Ucayali o Madre de Dios, en donde la carretera principal existente incentiva la construcción de trochas carrozables que a modo de “espina de pescado” se introducen en el bosque primigenio, produciéndose el talado de la madera de alto valor comercial, sin que los organismos oficiales encargados de controlar este despropósito puedan hacer mucho para evitarlo. Otro tema igualmente preocupante en la perspectiva ambiental es el de la explotación ilegal del oro que se da localizadamente en varios sectores de la amazonía como Madre de Dios o en el río Putumayo, actividad que al utilizar reactivos químicos para recuperar el oro de los mantos aluviales, genera una enorme devastación del bosque amazónico convirtiendo en inertes a sus suelos.
Estas
actividades de deforestación del bosque amazónico primario, al crear grandes
claros en el bosque, determinan, además, que el impacto de las lluvias sobre un
suelo descubierto y frágil altere la escorrentía natural, lo que favorece la
formación de sectores pantanosos, con gran acumulación de aguas estancadas, que
son el lugar ideal para la proliferación de los vectores de enfermedades como
la malaria o el dengue, las mismas que luego de haber sido consideradas casi
controladas hace pocas décadas atrás, han vuelto a reaparecen con fuerza en
casi toda la amazonía peruana, especialmente en la vasta selva baja.
Finalmente,
la sobrepesca en algunos sectores, también determina la escasez de especies en
determinadas épocas del año así como la disminución de las tallas de las
especies que se comercializan en los mercados, de manera similar a como está
ocurriendo con la pesca marítima en nuestro país, siendo éste otro atentado
preocupante contra la biodiversidad amazónica.
La
población amazónica
Contando
con la población nativa amazónica, que según el INEI supera ligeramente los
330.000 habitantes, la población amazónica llegó a sumar, en total, según el
censo de 2017 los 4,1 millones de habitantes, representando el 13,9 % de la
población del país. Ello muestra una tendencia creciente, ya que la amazonía
más que duplica la participación que tuvo en el total demográfico del país en
el censo de 1940 –hace casi 80 años- cuando representaba sólo el 6,7 %. ¿Es
esto reflejo de una reciente vocación colonizadora de la amazonía que los
peruanos no teníamos en el pasado?. En realidad la respuesta es compleja y este
blogger cree que en el desarrollo de
este proceso se conjugan una serie de
factores: la presión del campesinado andino sobre la tierra en su región de
origen, que generalmente se encuentra sumamente fraccionada (minifudio) además
de tener, salvo algunos valles interandinos, una baja productividad; la
construcción de carreteras de penetración, a pesar de que sólo algunas están
pavimentadas; el atractivo de desarrollar actividades que producen ingresos
monetarios significativos, sobre todo si están amparadas en la ilegalidad:
sembrío de coca, lavado del oro…
Esa
población se encuentra sumamente dispersa, ubicada principalmente a lo largo de
la ribera de los ríos amazónicos cuando se trata de población rural, compuesta
por colonos ribereños, descendientes de los antiguos migrantes que ya desde
mediados del siglo XIX ingresaban a la amazonía en búsqueda de mayor fortuna de
la que obtenían en sus pueblos andinos (o a veces costeros) de origen. La
población nativa, con algunas exepciones, tiene sus tierras comunales en
sectores más aislados de la amazonía, delimitados por ríos menores. La
población ribereña vive por lo general de la pesca y la agricultura de playa
para la venta de la producción en los mercados de las ciudades (frijol, arroz,
sandía, productos de la pesca) mientras que los habitantes nativos superviven
bajo el modelo de una economía de subsistencia: cultivos itinerantes de yuca y
plátano, recolección de frutos del bosque, caza de animales menores.
Las
posibilidades de desarrollar actividades productivas a mayor escala, en un
marco de respeto a los principios de ecoeficiencia, que generen excedentes para
los pobladores, se ven limitadas por falta de conocimientos técnicos y del
comportamiento de los mercados, así como la lejanía o inaccesibilidad a los
mismos. Algunos proyectos experimentales van en buena dirección, como ser la
producción de chocolates producidos por la etnia de los tikuna a partir de
cacao nativo en la zona del así denominado “trapecio amazónico” (frontera
tripartita del Perú con Colombia y Brasil); o las piscigranjas para el cultivo
de especies como el paco y la gamitana; o la producción y procesamiento del
café de los valles del piedemonte oriental, en la provincia de Sandia, que
incluso involucra a productores del sector boliviano de la frontera; pero mientras no se resuelva el problema de la
articulación eficiente de la amazonía con el resto del país, proyectos de este
tipo sólo tendrán un éxito parcial, sostenible para algunas comunidades
fronterizas por las posibilidades de vender a precio mayor que el local los
productos en las poblaciones de los países vecinos, especialmente Ecuador, Colombia
y Brasil.
El
papel de las ciudades en la integración de la amazonía
En
la selva baja se encuentran las principales ciudades amazónicas del Perú:
Iquitos, la capital de la amazonía peruana, en la selva norte, con una
población en 2017, según el censo del INEI, de 480.000 habitantes; Pucallpa, en
la selva central, con una población de 326.000 habitantes; Puerto Maldonado en
la selva sur, con una población de 85.000 habitantes. Otras ciudades
importantes son Tarapoto, en el departamento de San Martín, con 180.000
habitantes; Yurimaguas, en el departamento de Loreto y a sólo 130 km de
Tarapoto, con cerca de 70.000 habitantes; y ciudades menores como Nauta,
Requena y Contamana. Puerto Maldonado, Tarapoto, Yurimaguas y Pucallpa son las
únicas ciudades de la selva baja vinculadas con el resto del país por
carretera, siendo que Yurimaguas y Pucallpa constituyen, además, puertos
fluviales.
Pero,
no funciona en el Perú un sistema de ciudades amazónicas. Por un lado está
Iquitos como capital de nuestra amazonía, que tiene un radio de influencia y
relaciones que van en sentido oeste – este, desde Tarapoto-Yurimaguas hasta
Caballococha, a través del eje fluvial Marañón – Amazonas. Ciudades menores
hacia el sur como Nauta, Requena y de alguna manera Contamana, también caen
bajo la órbita de influencia de Iquitos, pero hacia el norte, el despoblamiento
y el relativo poco caudal de los ríos que bajan desde el Ecuador (salvo el del
río Napo) hacen que esa influencia no llegue muy lejos. En realidad resulta muy
difícil explicar cómo el Perú ha logrado consolidar una ciudad como Iquitos, en
plena amazonía baja, siendo un país que no se caracteriza precisamente, por la
fortaleza funcional y sobre todo económica de sus ciudades. Esta comparación es
particularmente válida con Colombia, un país con varias ciudades millonarias en
habitantes, pero que en la amazonía y sobre las riberas del río Amazonas, sólo
tiene a una ciudad como Leticia, fundada en el siglo XIX, por peruanos por
añadidura, y que es unas 12 veces más pequeña demográficamente que Iquitos.
En
cuanto a las ciudades que tienen comunicación por carretera con el resto del
país, se trata, en casi todos los casos, de puntos terminales de las vías que
las vinculan con el interior andino y costero por tierra, pero eso no ha sido
suficiente para que se afiancen como centros de producción y servicios que
generen una dinámica económica que se proyecte a un entorno regional y menos
fronterizo. En ellas el comercio, vía la ruptura de transporte para pasar del
camión a la lancha o la “chata” y seguir mediante la navegación fluvial llevando
productos procedentes generalmente de Lima u otras ciudades costeras hacia los
poblados ribereños amazónicos, constituye su función principal. Por lo demás,
varias de las ciudades amazónicas peruanas constituyen destinos turísticos de
importancia, especialmente Iquitos y Puerto Maldonado, pero la proliferación de
lodges en el bosque primario cercano
a estas ciudades, en el marco de un turismo ecológico, funciona prácticamente
al margen de la magra dinámica económica de estas ciudades.
El
futuro de la amazonía peruana
Llena
de recursos naturales frágiles, abandonada a su suerte desde siempre, la
amazonía peruana sobrevive cada vez más amenazada por los agentes que, sin
piedad, intervienen en ella ocasionando serios perjuicios ambientales.
Inclusive las ciudades amazónicas son focos de contaminación y de desprecio al
medio ambiente. En prácticamente todas ellas, con excepción de algunas ciudades
como Moyobamba, en San Martín, no existen rellenos sanitarios para tratar los
desechos sólidos, ni plantas para el tratamiento de aguas servidas antes de ser devueltas al río, con lo cual el
aludido deterioro ambiental se proyecta sobre los cuerpos de agua de esta
región natural que tiene en el bosque y en los recursos hídricos a su principal
patrimonio.
Si
esta situación, sumada a la descrita en acápites anteriores, se prolonga en el
tiempo; si a ella se suma la incapacidad de ofertar servicios eficientes para
la población y la actividad económica, tanto por parte del Estado como de la
actividad privada; si somos ineficaces para consolidar cadenas productivas que
tomen en cuenta a poblados fronterizos tales como Iñapari, Puerto Esperanza (Purús),
Breu, Colonia Angamos, Islandia, Caballococha, El Estrecho, Santa Mercedes,
Soplín Vargas y Gueppí, estos cuatro últimos sobre el Putumayo; si seguimos sin
solucionar el problema de la falta de articulación de vastos sectores de la
amazonía con el resto del país; entonces habremos condenado a esta región
peruana a su rápida desaparición; a la evolución del bosque húmedo tropical
hacia tierras yermas o de purma; a la contaminación y degradación irreversible
de sus tierras y cuerpos de agua; y a la migración de su población,
especialmente la fronteriza, a los países vecinos, todos los cuales tienen
políticas realmente promocionales para el desarrollo de su amazonía que ya
viene operando como un factor de atracción de la población fronteriza peruana, la
que, de acuerdo al censo de 2017 ha disminuido en – 0,42 % (distritos
fronterizos) con relación al censo de 2007, situación que no parece grave pero
que refleja una preocupante tendencia que resulta perentorio corregir.
La
política del avestruz, que se refleja en la carencia de una política para la
amazonía, no es, entonces, un buen referente
a seguir. Mantener a la amazonía viva y garantizar su pervivencia, debe ser el
compromiso de todos los peruanos y especialmente de la clase política, tan dada
a actuar de modo inmediatista y “apagando incendios” cuando éstos están por
quemarles los pies. Para los que piensan y actúan así, la lejanía de la
amazonía del centro del poder, Lima, constituye una cínica ventaja y un alivio,
conducta que tiene que acabar muy pronto si no queremos asistir al funeral de
un territorio que todavía constituye un emporio natural y una reserva de vida.
Miércoles, 26
de junio de 2019
[1] También la Guayana
Francesa, dominada por el bosque húmedo tropical sudamericano, pero que constituye
un departamento de ultramar de una potencia europea: Francia.
[2] Si bien en algunos
sectores localizados y orientados en la dirección en la que sopla el viento
húmedo, estos bosques pueden “subir” hasta los 3.000 msnm y aún más.
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