miércoles, 27 de marzo de 2013

II.1 CHILE: VECINO PERO DISTANTE

Una mirada desde el Perú



Introducción

En varios sentidos, Chile es un país singular a escala latinoamericana. Se ubica en los confines del sur del continente americano, en lo que podríamos denominar el finis terrae del planeta, separado aún más contundentemente del resto de la región sudamericana por esa espina dorsal constituida por la Cordillera de los Andes, que establece una suerte de límite natural entre el territorio bajo soberanía chilena y el del resto de los países del continente. Por eso Chile, visto desde el resto de la región sudamericana, y no obstante tener una pequeña porción territorial en el altiplano que antes de la Guerra del Pacífico compartieron sólo el Perú y Bolivia, es un país trasandino, que, por otro lado, en su proyección desde el Océano Pacífico hacia el interior continental, carece de un transpaís propio. Una representación cartográfica transversal de Chile se aproximaría a otra que para los peruanos (para los limeños más exactamente) se hiciera del territorio que va desde la desembocadura del río Rímac, en el Océano Pacífico, hasta sus nacientes en las proximidades de Ticlio.

Los chilenos, por su parte, a pesar del tronco común español con el resto de Hispanoamérica, constituyen también un pueblo bastante original. Carentes de culturas originarias superiores y casi prescindiendo del mestizaje e integración con los pueblos aborígenes,   la nacionalidad se fue construyendo a lo largo del dominio colonial español, sobre la base del encuentro y la ocupación de los descendientes de los conquistadores con un territorio distinto, en esencia, al que poseían las otras administraciones coloniales: flora y fauna diferenciada; paisajes naturales más afines a los de la Europa mediterránea y la del norte que a los densos bosques tropicales, los altiplanos andinos o las pampas de clima templado de América del Sur; corrientes migratorias, principalmente de colonos alemanes, croatas y algo de franceses, ingleses e italianos que arribaron al Chile decimonónico y que fue incrementada y diversificada por la migración palestina de las primeras décadas del siglo XX (la más grande fuera del mundo árabe), que terminaron por otorgarle a la gente de este país un perfil humano particular. Todo ello organizado, básicamente sobre el mismo meridiano geográfico, los 70º de longitud oeste, a lo largo de 4.700 km de norte a sur, en un país que en el sentido de los paralelos se extiende, en promedio, unos 150 kilómetros, medidas que establecen para Chile una muy marcada disimetría.

Como uno de los muchos resultados de esta construcción humana, el habla popular de los chilenos es única, con muchas variantes respecto a la de la población andina o rioplatense de los países vecinos, mediante el recurso a modismos y préstamos léxicos de uso general tales como: guagua = bebé, procedente del quechua y cuyo empleo en el Perú curiosamente sólo está circunscrito al medio rural andino; pololo = novio, procedente del mapuche; ¿cachái? = ¿comprendes?, ¿entiendes?, aparentemente prestado del inglés “to catch”. El mestizaje con los pueblos aborígenes, no tuvo lugar en Chile temprana ni intensamente, como sí ocurrió en otros países de la región, particularmente los andinos. La cultura popular, por su parte, con predominio de la herencia española y los aportes de los migrantes europeos tempranos, muestra rasgos no compartidos con otros pueblos, lo que probablemente ayude a entender el hecho de que, por ejemplo, la influencia de las variantes de la música tropical latinoamericana, tan arraigada en los demás pueblos de América Latina, hasta unas pocas décadas atrás era sentida como extraña en Chile y sólo ha empezado a masificarse al impulso de la migración reciente procedente de otros países de la región latinoamericana.

Esa relativa homogeneidad geográfica, humana y cultural, ha favorecido, por otra parte, la construcción de un país tempranamente más cohesionado en torno a un Proyecto Nacional, que ha privilegiado a la educación, la institucionalidad, el respeto  a los valores de ciudadanía y civilidad, la consolidación del orden y la tranquilidad a partir de un Estado fuerte en el que la clase política y las fuerzas armadas tienen un papel protagónico, y la proyección de Chile al mundo a través del Océano Pacífico, como la base del consenso que impulsa el progreso del país. La construcción de este Proyecto se inició en la década de 1830, con la figura política dominante de Diego Portales, y continúa alimentándose hasta la actualidad, contando como sus principales arquitectos en el tiempo a personajes como Carlos Ibáñez del Campo y Augusto Pinochet, que, a diferencia de Portales, llegaron a ejercer la Presidencia de la República en distintos momentos del siglo XX.

Y si bien todo ello no ha evitado la estratificación de la población en clases sociales, en grupos de poder económico, en la dinámica de los procesos migratorios campo-ciudad, o en el afloramiento de los agudos problemas de centralismo -que, por lo demás, están presentes en casi todos los países de la región-, sí ha dejado margen para que Chile sea el primer país de Latinoamérica en dar los más tempranos e importantes pasos hacia el desarrollo sostenible, al impulso de su inserción en la globalización. Así, este país muestra actualmente los más altos índices latinoamericanos de desarrollo humano (IDH), de producto interno bruto (PIB) per cápita, de competitividad global y de innovación, a la par que bajos índices de corrupción, entre otros. Claro, todo ello, en un proceso de varias décadas que introduce un rasgo singular adicional, especialmente en lo que toca a su despegue económico: Chile no hace parte de ningún proceso de integración económica subregional (MERCOSUR; CAN, donde sólo participó entre 1969 y 1976). Su crecimiento económico, su éxito individual como país, se ha basado en la apertura económica y comercial; en una temprana y agresiva proyección con su oferta de productos al mercado internacional; en una estrategia hegemónica para la provisión de infraestructura y servicios para el comercio exterior de los países y regiones del interior continental. Pero también se ha dado al margen de ese elemento implícito a los procesos de integración que son la solidaridad; la aproximación y complementación de las economías nacionales entre países vecinos sobre la base de costos y beneficios compartidos; el abordaje de la complementación o la cooperación en otras áreas importantes para el desarrollo como pueden ser la dimensión social, la temática ambiental, la complementación industrial o en materia de ciencia y tecnología…

En el ámbito político regional, Chile tampoco destaca históricamente por su solidaridad o, cuando menos, por su imparcialidad frente a sus vecinos. Más allá de su casi permanente negativa a negociar una salida soberana para Bolivia al Océano Pacífico luego de los resultados catastróficos de la Guerra del Pacífico para ese país reflejados finalmente en el Tratado de Paz y Amistad de 1904, puede recordarse la conducta de sus fuerzas armadas durante el conflicto de las Malvinas en 1982, cuando apoyaron abiertamente al Reino Unido poniendo a su disposición una logística orientada a ofrecer información a los ingleses sobre el movimiento de tropas argentinas, actitud que fue agradecida públicamente en 1999 por la entonces Primer Ministra británica y reconocida por el ex Comandante de la Fuerza Aérea Chilena en la época del citado conflicto; o la venta confirmada de armamento y municiones al  Ecuador durante la guerra de ese país con el Perú en 1995 (conflicto del Cenepa), siendo Chile uno de los “garantes” del Protocolo de Paz, Amistad y Límites de Río de Janeiro (1942) entre ambos países, que precisamente se había suscrito para poner punto final al conflicto limítrofe peruano-ecuatoriano.

En ese complejo contexto, a pesar de que el Perú ya es el principal destino turístico para los chilenos, no obstante el auge de la gastronomía peruana en Chile, y sin desconocer el importante y dinámico flujo recíproco de inversiones, entre otros componentes visibles y recientes de una aproximación entre ambos países, no resulta extraño que Chile y el Perú sean todavía dos países cercanos geográficamente, pero distantes social y culturalmente, cuyas élites políticas  no han realizado una apuesta seria y consistente para aprovechar la vecindad geográfica y los modelos económicos similares en curso desde hace más de tres décadas en Chile y más de dos en el nuestro, para comprometer un proceso de cooperación e integración económica, social, cultural, y de complementación en materia de infraestructura y servicios, que permita proyectar a ambos países, de manera complementaria, en el escenario mundial como dos potencias emergentes asociadas o estrechamente cooperantes. En el centro de esta situación de “lejana vecindad” se encuentran adicionalmente, sin duda, los rezagos emocionales de la Guerra del Pacífico, que, mantenidos en el tiempo, han alimentado la desconfianza mutua y bloqueado las oportunidades de amainar las absurdas rivalidades y hacer prosperar, más bien, un proceso de cooperación e integración que hoy podría constituir el referente fundamental de la relación bilateral a la vez que una de las fortalezas y  ejemplo para los procesos de integración continental. La relación entre Tacna y Arica,  y en general entre el norte chileno y el sur peruano, por ejemplo, podría ser el paradigma latinoamericano de una región binacional de integración muy dinámica, apoyada en las amplias posibilidades de complementación social y económica que ofrecen recursos, poblaciones y producciones diferenciadas pero complementarias, con una eficiente conectividad entre ellas, tanto con el interior continental como con el resto del mundo.

En ese camino, la “Alianza del Pacífico”, que integran el Perú junto con Chile, Colombia y México, y cuya formalización ha sido establecida en agosto de 2012, puede señalar nuevos derroteros al representar un intento por concretar una integración regional profunda, potenciar el intercambio con la región Asia-Pacífico,  y enfatizar la integración física, energética y el libre tránsito entre los distintos países que la integran, Alianza de la que el Perú y Chile, por ser limítrofes, deben ser los principales activadores, pero en un escenario en el que todas las fuerzas actuantes en ambas países –y no sólo el sector empresarial- encuentren espacios para la interacción y la construcción de relaciones sólidas y perdurables.

Territorio compacto, pero heterogéneo y diferenciado
Chile es uno de los países más “largos” del mundo a la vez que uno de los más estrechos o compactos. Su longitud de 4,700 km, permite que se extienda desde el norte del trópico de Capricornio hasta latitudes circunpolares, a lo largo de 39° de latitud, por lo que su territorio continental de 756.102 km2, a diferencia del peruano que se organiza íntegramente en latitudes tropicales (de donde la diversidad climática y los ecosistemas en nuestro país surgen a partir de las diferencias de altitud) está cortado, en el sentido de la latitud, primero, por vastos desiertos; luego por valles mediterráneos; a continuación por hermosas regiones cubiertas de verdor, lagos y volcanes; seguidamente por zonas boscosas similares a la del norte europeo; y, finalmente, por sectores del desierto frío de la Patagonia o estepas magallánicas, en una progresión de climas, relieves y paisajes limitados, hacia el este, por la Cordillera de los Andes y hacia el oeste por el Océano Pacífico. Chile sólo carece, junto con Uruguay en Sudamérica, de las formaciones de bosques tropicales (Amazonía, Chaco) que sí comparten los demás países del subcontinente. Comparado el mapa de Chile con el de regiones del hemisferio norte, todos esos paisajes abarcarían desde Noruega en el septentrión europeo hasta Marruecos en el norte africano.

En una construcción más bien humana que basada en una clasificación natural, los chilenos reconocen a su país dividido en cinco grandes regiones geográficas a partir  del “centro” constituido por Santiago, la capital del país: el Norte Grande, de predominio abrumador del desierto, desde la frontera con el Perú hasta el río Copiapó, aproximadamente en el paralelo 27º S; el Norte Chico, desde el río Copiapó hasta aproximadamente el paralelo 32º S, que es una región de transición entre el desierto y los territorios en donde el verdor de la vegetación gradualmente se va sobreponiendo a aquél; la Región Central, de clima mediterráneo y en donde se ubica, además,  el centro político y económico del país –Santiago-, desde el paralelo 32º S hasta el 38º S; la Región Sur, desde  el paralelo 38º S hasta aproximadamente el paralelo 43º S, de abundancia de lluvia, bosques, lagos, volcanes y ríos caudalosos; y la Región Austral, desde aproximadamente el paralelo 43º S hasta el extremo sur continental, de clima frío y gradualmente escasas precipitaciones lo que determina su evolución hacia las formaciones vegetales del tipo estepa.




Sin embargo, el Chile que nació a la vida republicana, fue un país mucho más acotado, que se extendía de la divisoria de los Andes hacia occidente hasta el Océano Pacífico, aproximadamente entre los paralelos 27° y 41° de latitud sur, y que nunca, con anterioridad, logró imponerse sobre los mapuches -a los cuales los españoles enfrentaron en la Guerra de Arauco- ni en las tierras patagónicas. A grandes rasgos, abarcó principalmente el sector entre el despoblado de Atacama por el norte (desde Copiapó), el Océano Pacífico por el oeste y el río Biobío en el sur, en el sector conocido como La Frontera, incluyendo también, aún más al sur, los enclaves de Valdivia y Chiloé. Por lo demás, Chile sólo comparte en América del Sur con el Brasil el hecho de haber “crecido” territorialmente después de la independencia política, en su caso, ya sea como consecuencia de conquista de territorios no reclamados por otras potencias o bien como resultado de la Guerra del Pacífico.

Chile –ya se dijo- es un país que desde su surgimiento como nación independiente, ha definido claros objetivos que respaldan su proyección territorial. Ya a inicios de la década de 1830, Diego Portales construyó su pensamiento geopolítico reconociendo la prioridad que para el porvenir de Chile debe tener su expansión económica y comercial sobre el Pacífico, por lo que encontró un peligro para esos intereses en la posible consolidación de la Confederación Perú-Boliviana a cuya desmembración dedicó gran parte de sus esfuerzos. Impregnados, desde entonces, de ese espíritu, llamará la atención a los peruanos que los chilenos definan a su país como uno tricontinental, que comprende el sector propiamente continental, en el subcontinente sudamericano, que constituye el escenario principal de la vida nacional; el sector oceánico (que incluye el “Chile insular continental”, con el archipiélago Juan Fernández y las islas Desventuradas; y el “Chile insular oceánico”, con las islas de Pascua y Salas y Gómez); y el Chile Antártico, que no obstante estar congeladas las reclamaciones territoriales en ese continente de acuerdo a lo estipulado en el Tratado Antártico de 1959 del que Chile es signatario, no impide que este país incluya en todos sus mapas oficiales un sector de 1.250.257 km2 como propio, con lo que el Chile continental, oceánico y antártico sumaría 2.006.354 km2. A todo ello habría que adicionar la proyección sobre la superficie marítima de tierras continentales e insulares, mediante la agregación de mar territorial, mar patrimonial, mar presencial y zona económica exclusiva.

Recursos naturales abundantes y diversificados
A pesar de la percepción entre los peruanos de que Chile es un país pobre en recursos naturales, imagen sin duda asociada a las narraciones escolares sobre los años de la Conquista que nos informan sobre el hecho de que la expedición de Diego de Almagro retornó desde Chile al Perú sin el codiciado oro, nuestro vecino  país tiene muchos y diversificados recursos naturales que en el importante tránsito a la prosperidad que viene operando en décadas recientes, han sustentado una parte muy significativa de su producto, sus exportaciones y su crecimiento económico.

Los recursos mineros se encuentran en primer orden. En el pasado, el carbón y el salitre constituyeron dos recursos mineros no metálicos de mucha importancia. El carbón fue usado desde los tiempos de la colonia para la generación de energía (navegación, fundiciones de metales en el Norte Chico y después también en el Norte Grande), localizándose los yacimientos más importantes en las comunas de Lota y Coronel, en la región del Bío Bío, cerca a la ciudad de Concepción, si bien su importancia actual se ha visto disminuida por el uso de otras fuentes energéticas  alternativas. En cuanto al salitre, desde la incorporación del Norte Grande al patrimonio chileno hasta la crisis de 1930, fueron exportadas más de 70 millones de toneladas  de este fertilizante que atravesaron los océanos para fecundar los campos de los países industrializados.

Pero es en cuanto a recursos mineros metálicos en donde Chile se presenta en la actualidad como una potencia mundial. El país posee enormes reservas cupríferas, del orden de los 190 millones TM (2012) que representan un 28 % de las reservas de cobre del mundo (mientras que el Perú posee el 13 % de ellas). En cuanto al oro, apreciado metal del que Chile nunca fue un importante productor, la mina de Pascua- Lama, en la región de Atacama, es un yacimiento que en un 25 % se prolonga sobre territorio argentino y que tiene reservas por más de 18 millones de onzas de oro (además de plata) que, al ser explotadas a lo largo de 20 años a partir de mediados de este año, la convertirán en la mina de oro más grande del mundo. Adicionalmente, las reservas mineras metálicas de Chile tienen una ventaja comparativa respecto a las peruanas y es que se encuentran en buena parte en el Gran Norte, en zonas desérticas de altitud, casi despobladas, con lo que la posibilidad de ocurrencia de conflictos con las organizaciones campesinas y los sectores ambientalistas es, hasta donde puede estimarse, bastante menor que en el Perú.

En cuanto a recursos agrícolas, Chile posee más de 26 millones de hectáreas de suelos con potencial agrícola de las cuales unos 5 millones son tierras arables y se concentran principalmente en la región central y centro-sur del país. Ello contrasta con el potencial agrícola peruano que, de acuerdos a antiguos datos del extinto Instituto Nacional de Recursos Naturales (INRENA) sólo alcanza a 7,6 millones de hectáreas. El recurso hídrico, por su parte, siendo escaso en el Gran Norte, conforme se avanza hacia el sur se hace presente cada vez de manera más abundante hasta la región de Aysén. A título de ejemplo, el río Bío-Bío, en la región del mismo nombre y que desemboca en el Océano Pacífico al igual que los ríos de la vertiente del Pacífico peruano, pero aproximadamente a 37º de latitud sur, tiene un caudal promedio de 899 m3/seg, es decir, 33 veces más que nuestro conocido río Rímac que sólo alcanza, en promedio, 27 m3/seg. En consecuencia, en las regiones del centro y sur de Chile la abundancia de agua permite una agricultura más productiva, la generación de abundante hidroelectricidad y comodidad para todos los usos consuntivos y no consuntivos de este recurso.

Los bosques son otro importante recurso natural renovable que ocupa unos 16 millones de hectáreas (21.5 % del territorio chileno) y en su mayor parte se ubican al sur del país, en zonas de clima templado lluvioso, entre las regiones de la Araucanía y la de Aysén, pasando por las regiones de Los Ríos y de Los Lagos. Sin duda, el recurso forestal es más abundante en el Perú en donde los bosques ocupan el 48.7 % del territorio nacional, pero con amplia predominancia del bosque amazónico, es decir, del bosque tropical, con heterogeneidad de especies y de difícil accesibilidad para su aprovechamiento económico y su gestión sostenible.  A diferencia, los bosques chilenos, ubicados predominantemente en las regiones de clima templado del centro y sur del país, contienen pocas especies nativas y algunas sembradas, pero con una mejor accesibilidad ya que se ubican en los sectores costeros, de valles y quebradas andinas, fiordos y archipiélagos, nunca demasiado lejos de las carreteras, puertos y mercados, todo lo que ha permitido su excelente aprovechamiento económico sostenible, en el marco de estrictas regulaciones estatales y programas efectivos de reforestación.

Pero hay dos grupos de recursos naturales en donde Chile y el Perú tienen más de una afinidad. Uno, los recursos pesqueros, que destacan por su diversidad y abundancia; dos, los hidrocarburos, caracterizados más bien, en ambos países, por su escasez.

En cuanto a los recursos pesqueros, Chile posee un mar muy rico por el hecho de que  comparte con el mar peruano las mismas características físico-químicas y biológicas, propias de la corriente de aguas (relativamente) frías que históricamente fue conocida como Corriente Peruana, pero que los chilenos prefieren llamar “Corriente de Humboldt”. Sin embargo, no obstante contar Chile con casi el doble de litoral marítimo que el Perú, probablemente debido a una mejor planificación y a la vigilancia sobre el cumplimiento de las regulaciones vigentes para la explotación de los recursos pesqueros, las capturas totales bordean los 4 millones TM/año, mientras que en el Perú sólo la anchoveta supera esos volúmenes anuales de extracción, en promedio. Hacia las regiones del centro y sur del país, conforme baja la temperatura promedio del mar,  aparecen otras especies para el consumo humano directo y para la pesca industrial que no están presentes en el mar peruano: entre las primeras puede mencionarse al pez conocido popularmente como “reineta”, que abunda en el mar adyacente a la región de Bío-Bío y cuya pesca es tan abundante que parte de ella se exporta al Perú, con gran aceptación; entre las segundas, destaca el krill, un pequeño crustáceo de aproximadamente tres a cinco centímetros de largo que abunda en los mares antárticos, habiéndose estimado su biomasa en 5 millones TM, pero cuya explotación industrial aún constituye un prospecto.

En materia de hidrocarburos, finalmente, Chile y el Perú quedan “hermanados” en cuanto a la escasez de este estratégico recurso energético. Hacia 2010 las reservas de petróleo en Chile se estimaban en 150 millones de barriles (532 millones en el Perú), localizadas en el extremo sur del país, en la región de Magallanes, entre el estrecho del mismo nombre y la Isla Grande de Tierra del Fuego, incluyendo la plataforma continental. En cuanto a gas natural, las reservas a fecha reciente suman 3,46 TcF (trillones de pies cúbicos) frente a los 12,7 TcF en el Perú. En consecuencia, para ambos tipos de hidrocarburos, nuestro país posee reservas en una proporción tres veces y media mayor que Chile, lo que tampoco es como para sentirnos cómodos, porque tanto en Chile como en el Perú las reservas equivalen al consumo de unos pocos años por lo que, en aras de su mejor gestión en el tiempo, ambos países somos importadores netos de hidrocarburos. Sin alejarnos del subcontinente sudamericano, Venezuela posee una de las mayores reservas mundiales de petróleo, estimadas a inicios del presente año en 296 mil millones de barriles, casi 500 veces más que el Perú y 2.000 veces más que Chile. Recientemente en Chile se ha empezado la exploración de gas no convencional (shale gas), también en la región austral de Magallanes, estimándose que podrían existir unas reservas del orden de los 64 TcF. Pero este gas, ubicado en formaciones geológicas donde predomina la roca de tipo esquisto, aún plantea grandes problemas tecnológicos y ambientales para su explotación.

Una sociedad con bienestar, poco estratificada y altamente urbanizada
La primera impresión que un nacional de otro país de América Latina advierte en la dimensión social al llegar a Chile, es su relativa homogeneidad étnica, su alto nivel cultural y la sensación de bienestar general de su población, es decir, la percepción de un país en donde la diversidad étnica, la estratificación social y las diferencias entre ricos y pobres, no son tan marcadas como en otros países de la región latinoamericana.

Esta apreciación se confirma cuando se pasa revista a las estadísticas sociales. En principio, Chile es un país de 16,6 millones de habitantes mientras que el Perú cuenta con 30,1 millones (2012), lo que indica que nuestro país es de un “tamaño poblacional” 1,8 veces más grande que Chile. En materia demográfica, Chile es un país que ha alcanzado la etapa de madurez, con indicadores que en 2011 se acercan a los de países del Primer Mundo: poco “peso” del grupo de edad joven, hasta los 14 años (22,3 % contra 28,5 % en el Perú); concentración de la población en el grupo de edad media (68,1 %); y tendencia proporcionalmente creciente del grupo de la tercera edad (9,6 %), mientras que su crecimiento demográfico anual sólo alcanza el 0.88 % (1,1 % en el Perú). En el terreno del bienestar social, el gasto en salud representa el 8,2 % del PIB mientras que en el Perú sólo alcanza el 4,6 %. Todo ello se refleja en tasas de mortalidad infantil, expectativa de años de vida al nacer y otros indicadores socio-demográficos, por encima del promedio latinoamericano.

En materia educativa, el analfabetismo ha sido casi erradicado (96,0 % de tasa de alfabetización en 2009), mientras que la alta calidad de la educación escolar y superior, permite reconocer a Chile en Latinoamérica como un país poseedor de un sistema de educación básica y superior de muy buen nivel, que se ubica entre los mejores de la región, situación que confirmaría el dato del Banco Mundial que indica que Chile destinaba el año 2010 el 4,2 % del PIB al gasto público en educación (frente a un 2,7 % en el Perú) . Sin embargo, ello no debe llevar a soslayar algunas falencias y omisiones significativas. Así, históricamente, en los territorios conquistados, la escuela básica fue un instrumento privilegiado para chilenizar a la población mapuche y aymara mediante la introducción de la lengua castellana, la transmisión de una visión  elitista sobre la historia de Chile, y la incorporación del universo de valores propios de la cultura occidental sobre los que el sistema escolar descansaba, de modo que este proceso implicó la ignorancia y subvaloración desde una cultura (la chilena) con respecto de la autóctona. Por otra parte, en años recientes y a pesar de los controles y regulaciones existentes para conservar el valor estratégico de la educación superior, ésta se ha privatizado en buena medida mientras que las universidades públicas también cobran elevadas matrículas, lo que ha producido una ola de protestas en la juventud universitaria que reclama un más efectivo compromiso financiero del Estado y mayores regulaciones que eviten que la educación superior esté regida por el mercado, para lo que los jóvenes exigen una validación y regulación estatal y social del sistema universitario.

Vinculada a la prioridad que el Estado y la sociedad chilena otorgan a la educación, está la importancia que nuestro vecino le viene dando a la ciencia, tecnología e innovación. Más allá de las políticas o de la institucionalidad vigente o en proceso de ajuste sobre la materia, algunos indicadores pueden ser reveladores: de acuerdo a la Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología Iberoamericana e Interamericana (RICYT), el año 2010 Chile invirtió en ciencia y tecnología el 0,44 % de su PIB, más de cuatro veces lo que invierte, proporcionalmente, el Perú, en donde en los últimos años ese valor sólo ronda el 0,1 % del PIB. En materia de solicitud de patentes, el año 2008 Chile presentó 3.952 frente a las 1.535 que solicitó el Perú.  Con esos y otros indicadores, el informe de competitividad global del “World Economic Forum” para el año 2012, sitúa a Chile en el lugar 33 de competitividad a nivel mundial, con lo que detenta la primera posición en América Latina, en tanto que el Perú, por su parte, ocupa la posición 61.

En ese contexto, Chile es un país que ha alcanzado importantes logros en la reducción de la pobreza. Según información del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), a noviembre de 2011 un 14,4% de la población chilena calificaba como pobre y un 2,8% en extrema pobreza, proceso de reducción que ha sido especialmente marcado en los últimos 25 años. No obstante, los progresos han sido más lentos en términos de la reducción de la desigualdad de ingresos y de oportunidades.  Así por ejemplo, la brecha de ingresos entre el 20% más rico y el 20% más pobre ha disminuido desde 13 veces en 1990 a 10.9 en 2011, pero sigue siendo muy elevado si se compara con el nivel promedio de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) -conocido como el “club de los países ricos”- que es de 5,4 siendo que en el marco de esta agrupación de 34 economías desarrolladas y algunas emergentes, entre las que sólo Chile y México representan a Latinoamérica,  se procura armonizar políticas con el objetivo de maximizar su crecimiento económico.

En todo este proceso es importante destacar la alta tasa de urbanización. En Chile el 87 % de la población vive en ciudades (76 % en el Perú), lo que facilita la construcción y la accesibilidad a los servicios de salud, educativos, de comunicaciones, financieros, etc. así como la construcción de la infraestructura vinculada a dichos servicios y a las actividades económicas, proceso en el que, adicionalmente,  la forma alargada de país, determina que las ciudades y las áreas de importancia económica se organicen básicamente sobre el mismo meridiano, a modo de una extensa red lineal que asegura la eficiente conectividad entre todos los puntos que dicha red vincula.

Un aspecto de la sociedad chilena poco conocido es el de su composición étnica y la importancia de la población indígena. Según el censo de 2002, esta última representaba el 4,58 % de la población del país (692.000 habitantes) de los cuales el 87,3 % estaba compuesta por los mapuches (araucanos) que habitan principalmente las actuales regiones del Bío-Bío, la Araucanía, de los Ríos, y de los Lagos. Esta nación indígena fue muy rebelde a la conquista española. La Guerra del Arauco, que duró todo el período de la dominación española, no logró incorporarla al control colonial, tanto así que la presencia española en esa zona se dio a manera de “enclaves” mediante la fundación de la ciudad de Valdivia (en 1552, destruida por los mapuches en 1599 y refundada por los españoles en 1684) y la ocupación de la isla de Chiloé, es decir, sin continuidad territorial con el resto de la jurisdicción de la Capitanía General de Chile. Por esa razón, Valdivia fue desde el inicio una ciudad fortificada, tanto para evitar el ataque de los naturales como de los piratas holandeses, destacándose su carácter estratégico con la denominación que le dieron los españoles de constituir “la llave del Mar del Sur”.

Ya durante la república, hacia 1861, el gobierno nacional tomó la decisión de ocupar la Araucanía, proceso al que denominó la “Pacificación de la Araucanía” que, en realidad, se desarrolló como una sucesión de encuentros armados entre el ejército chileno y guerreros mapuches, prolongado a lo largo de dos décadas. En 1866 el gobierno promulgó una ley que confinaba a los mapuches en reservas o “reducciones”, bajo un régimen comunal de la tierra, en territorios insuficientes para desarrollar las actividades agropecuarias que constituían la esencia de su modo de vida. Las campañas militares desde el Estado se intensificaron hacia 1881, cuando se pudo disponer de soldados veteranos de la Guerra del Pacífico lo que permitió, tras numerosas batallas, asaltos a fuertes por parte de los mapuches, y operaciones de castigo en respuesta por cuenta de las tropas regulares, acabar con el proceso de “pacificación” hacia fines de 1882 e inicios de 1883… Si algún parecido cree encontrar el lector entre la conquista del Far West norteamericano y la pacificación de la Araucanía, tenga la certeza de que es pura coincidencia.

Durante el gobierno del General Pinochet, se promulgó una ley que liquidaba, en los hechos, las tierras comunales, en tanto autorizaba el otorgamiento de títulos de propiedad individuales y su venta ulterior. La estrategia implícita era, según muchos investigadores sociales, que una vez librados los territorios mapuches al mercado de tierras, el “problema mapuche” se resolvería por sí solo: al acabarse las tierras indígenas sus propietarios ya no existirían jurídicamente. Pero los mapuches han sobrevivido y en la actualidad siguen muy activos en la defensa de sus derechos como etnia y particularmente de sus territorios que, cada vez más, son amenazados por el avance de los empresas madereras, ganaderas y agrícolas, que concentran capital y tecnología y que producen para los mercados nacional e internacional.

En la actualidad, las provincias y comunas con una alta concentración de población mapuche (como la provincia de Cautín, en la región de la Araucanía, cuya capital es la ciudad de Temuco), coincidentemente se cuentan entre aquellas con los indicadores sociales más precarios a nivel de todo Chile y como las áreas con la más alta conflictividad social, básicamente a partir de los enfrentamientos que se suceden entre los mapuches y las empresas madereras por la invasión de sus territorios ocasionada por la expansión de la actividad forestal. Como para otros campesinos pobres en muchos lugares de América Latina, una salida para los mapuches ha sido la migración hacia las grandes ciudades, donde alimentan el crecimiento de los barrios periféricos y marginales, con sus problemas de alto desempleo, insalubridad, inseguridad…

Para concluir este ya largo apartado, consideramos importante tratar de entender a la sociedad chilena actual en el contexto de su percepción sobre la sociedad peruana y cómo se refleja a través de esa mirada. Como no somos expertos en temas sociales, transcribimos a continuación algunos párrafos del artículo “El espejo donde (no) nos vemos”, que sobre este específico tema ha escrito el destacado sociólogo peruano Gonzalo Portocarrero y que fuera publicado en el diario “El Comercio” de Lima el 15 de diciembre de 2012:

“…si se trata de asumir el reto de construir el futuro tenemos que enfrentar lúcidamente nuestro pasado.

En esta pugna de imágenes distorsionadas, la sociedad peruana se percibe como víctima y la sociedad chilena se imagina como poderosa. Entonces, desde el Perú, Chile es visto como un país poco original pero agresivo y rapaz. Y, desde Chile, el Perú es visto como un país de fracasados y quejosos… Es comparándose con el Perú que Chile se define a sí mismo como un país de europeos blancos, y no de mestizos o indígenas, y, además, como fundamentalmente exitoso. Entonces los chilenos son convocados a ignorar su mestizaje y sus debilidades de manera que buena parte de la sociedad, y del carácter chileno, queda en la sombra. Se construye así una unidad en gran medida ficticia pues se ignora las profundas complejidades de la sociedad chilena. Y, correlativamente, es comparándose con Chile que el Perú se percibe como una sociedad original, con una profundidad histórica y una variedad de recursos que incitan la envidia y codicia del país vecino.

…En definitiva estas imágenes alimentan sentimientos poco conducentes, bajas pasiones fácilmente azuzadas por los demagogos. Entonces la cuestión es cómo desarmar y reformar esos estereotipos, cómo lograr cambiar la manera como nos miramos y sentimos, de manera que se logre una hermandad, o al menos, por lo pronto, una solidaridad que enmarque y atenúe la rivalidad entre nuestros pueblos… cuando se despeje la incógnita de La Haya ya no habrá pretextos para atesorar rencores ni cultivar arrogancias”. ¿Cachái?.

Economía moderna, dinámica y en sostenido crecimiento
Hasta mediados del siglo XIX, Lima (el Perú) ejercía casi un monopsonio sobre la producción agrícola chilena que orientaba sus exportaciones (trigo, charqui, cueros, vinos, frutas secas, madera) así como la del cobre, hacia ese mercado y en una proporción mucho menor hacia el Virreynato del Río de la Plata. Este esquema recién fue modificado con la apertura del comercio en la década de 1860, con lo que los productos chilenos empezaron a exportarse hacia California, Inglaterra, otros países de Europa e incluso Australia. Se dio inicio, entonces, a la era del “gran comercio” del trigo, cuyos beneficios, sumados a las inversiones de los capitalistas enriquecidos con las explotaciones mineras, permitieron la valorización de nuevas tierras, el desarrollo de las irrigaciones y la creación de grandes viñedos, activando la economía agrícola y agroindustrial exportadora del Chile que se ubica en el dominio climático mediterráneo, entre La Serena y Concepción, aproximadamente. Más adelante, siempre en el siglo XIX, esa economía exportadora  fue ampliada geográficamente y diversificada con la incorporación de la ganadería ovina en la región de Magallanes, que introdujo a Chile al negocio internacional de la lana; y con la fiebre especulativa capitalista que se produjo al incorporarse a la soberanía chilena la región del Gran Norte, luego de la Guerra del Pacífico,   de donde se empezó a extraer y exportar el salitre y luego también el cobre. En todo este proceso, los intereses económicos de Gran Bretaña estuvieron claramente presentes: el complejo sistema de relaciones de dominación internacional dio como resultado la fusión del capital industrial británico con el bancario, lo que consolidó la tendencia de que, incluso hasta la segunda década del siglo XX, Chile dependiera del mercado inglés para la colocación de sus materias primas derivadas de la explotación minera -cobre y salitre especialmente-, siendo también empresas comerciales inglesas las que terminaron monopolizando las actividades productivas nacionales relacionadas con la minería… Ello ha llevado a un tradicional buen entendimiento entre la clase política y empresarial chilena con los británicos, empatía que todo indica que se prolonga sin mella hasta nuestros días.

Hacia la década de 1930, se promovió en Chile el debate sobre el desarrollo económico e industrial del país, que, en el marco de un modelo económico primario exportador, hasta ese momento mantenía sumido a ese país en el subdesarrollo y sometido a la importación de gran parte de los productos necesarios para el funcionamiento de su economía, como por ejemplo el acero, muy necesario para impulsar un proceso de industrialización. Ello llevó en 1939 a la creación de la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO), organismo que inmediatamente estructuró diversos planes: el Plan de Fomento de la Producción de la Energía Eléctrica, el Plan de Acción Inmediata para la Agricultura y Explotaciones afines, el Plan de Fomento Industrial y el Plan de Acción Inmediata de Comercio y Transporte. En ese contexto fueron creadas la Empresa Nacional de Electricidad (ENDESA), la Compañía de Aceros del Pacífico (CAP), ambas en la década de 1940, y la Empresa Nacional del Petróleo (ENAP) ya en la década de 1960, iniciativas que sentaron las bases para la diversificación de la economía y el inicio de un proceso sólido de industrialización del país.

En décadas recientes, al amparo de la política económica liberal introducida por el gobierno de Pinochet (liderada e instrumentada por los llamados Chicago Boys), la exportación de sus recursos, naturales y transformados, ha favorecido la inserción de Chile en el sistema global y le ha permitido beneficiarse de un crecimiento económico sostenido que lo ubica actualmente en el tramo superior de los países de ingresos medios. El tránsito no ha sido fácil: a continuación de la puesta en práctica de la “Revolución en Libertad” durante el gobierno del presidente Eduardo Frei a mediados de la década de 1960, se aplicó la “vía legal hacia el socialismo” con Salvador Allende, para, después de su derrocamiento en 1973, abrir Chile a la economía de mercado, reconstruyendo las estructuras capitalistas del pasado, pero adecuadas a un mundo encaminado hacia la globalización de la economía. En dicho proceso, algunas decisiones del gobierno socialista de Allende en el campo de la economía, que van a contrapelo de las políticas económicas liberales impuestas desde 1973, curiosamente han permitido construir, en el tiempo, algunos de los soportes más sólidos de la actual economía chilena. Así, la nacionalización del cobre durante dicho gobierno, dio lugar a la creación de la Corporación Nacional del Cobre (CODELCO), empresa íntegramente estatal que hoy en día es el más grande productor de cobre a nivel mundial y el segundo productor de molibdeno. Además, CODELCO es la empresa más grande de Chile y, como tal,  juega un importante rol en el desarrollo económico nacional. El año 2011, último para el que se cuentan con cifras finales, la producción de CODELCO llegó a 1.735.000 toneladas métricas de cobre fino, generando ingresos por venta de ese metal por US$ 14.338 millones que produjeron excedentes por US$ 7.033 millones, que fueron distribuidos de la siguiente forma: US$ 3.133 millones como impuesto a la renta; US$ 359 millones como impuesto especial a la minería; US$ 2.055 millones como utilidades netas de la empresa; y, US$ 1.486 millones como impuestos correspondientes a la “Ley Reservada del Cobre” que son recursos para financiar compras de las Fuerzas Armadas que no pasan por consulta o aprobación del Congreso Nacional.  Si bien el año pasado Chile aprobó una nueva ley de financiación para sus Fuerzas Armadas que implica el establecimiento de un presupuesto plurianual cada cuatro años para los gastos en defensa que serán objeto de supervisión por la Contraloría, ello no implica necesariamente que se reducirán los gastos en defensa, sino que se dará curso a un proceso de planeamiento de largo plazo que independizará la dependencia del financiamiento militar de la volatilidad de los precios del cobre. A título ilustrativo, en cinco años, de 2006 a 2010, las fuerzas armadas chilenas recibieron sólo por concepto de la ley reservada del cobre un  aproximado de US$ 7,760 millones de dólares.

Como reflejo del dinamismo y crecimiento sostenido de su economía a lo largo de las últimas tres décadas, el producto interno bruto (PIB) chileno para 2012, a precios nominales, estimado por el Fondo Monetario Internacional, es de US$ 268.278 millones (US$ 200.292 para el Perú), lo que supone un PIB per cápita de US$ 15.415, cifra con la que lidera cómodamente el grupo de países latinoamericanos. Por lo demás, dicho PIB per cápita es 2,3 veces superior al del Perú (US$ 6.572). Debe advertirse, sin embargo, que el PIB chileno creció más durante la década de 1990 que el del Perú (86 % frente al 47,6 % en el Perú) en tanto que, a la inversa, el PIB peruano creció más que el chileno en la década pasada (73,6 % frente al 49,6 % en Chile), datos que indican que a pesar del gran impulso que caracteriza a la economía peruana, particularmente en años recientes, con altas y sostenidas tasas de crecimiento, queda aún bastante camino por recorrer para consolidarnos como una de las economías líderes a nivel de la región latinoamericana.

Signo de una economía moderna, el PIB sectorial porcentual, en base a cifras de 2010, indica para Chile un alto predominio de los sectores de servicios (comercio, transportes y comunicaciones, finanzas, sector público) que suman el 58 % del PIB, mientras que la minería con el 15,3 % del PIB se convierte en el segundo sector económico en importancia, seguido por la industria manufacturera (12,2 %) y la construcción (8,0 %). La agricultura, silvicultura y pesca sólo representa actualmente el 3,6 % del PIB, cerrando la lista el sector de electricidad, gas y agua con el 2.9 %.

Por otro lado, un gran factor dinamizador de la economía chilena es su comercio exterior que, en correspondencia con la temprana apertura comercial del país al mundo y la suscripción de tratados de libre comercio (que en 2012 suman 16 con 60 países), se refleja en un valor de exportaciones de US$ 81.411 millones para el año 2011 (US$ 45.726 millones para el Perú en el mismo período), con valores muy importantes para todos los sectores de la producción de bienes, pero sin poder desprenderse del alto predominio de las exportaciones mineras, y muy marcadamente del cobre, las que ese año sumaron US$ 50.135 millones, representando el 62 % del total. Estas cifras evidencian que para el año 2011, sólo las exportaciones mineras chilenas sumaron más que las exportaciones peruanas totales.

El comercio bilateral peruano-chileno, en el marco de modelos económicos similares y de aparatos productivos que se complementan en muchos aspectos, en los últimos quince años (1997 – 2011) ha crecido ocho veces, pasando de US$ 466 millones (1997), a US$  3.805 millones (2011). Pero, tanto o más importante que ello es el flujo recíproco de inversiones que, hasta 2011, sumó US$ 11.161 millones de inversión chilena en el Perú, mientras que la peruana en Chile alcanzó alrededor de US$ 8.000 millones, la mayor parte de ella en años recientes. Esa inversión chilena está concentrada principalmente en los rubros de generación y distribución de electricidad, el sector comercio (retail) y el sector transporte. Por su parte, la inversión peruana en Chile está concentrada en el sector minero, distintas actividades de servicios y finanzas, y de la construcción.

Pero la economía chilena destaca también por recibir ingentes recursos financieros con el carácter de inversión extranjera directa (IED). El año 2011, la IED alcanzó en Chile los US$ 17.299 millones y en el 2012, hasta el tercer trimestre, sumó US$ 17.758 millones. Esto sin duda responde al hecho de que, por largo tiempo, Chile ha sido atractivo para las empresas que están invirtiendo por primera vez en América Latina, ya que aprecian la estabilidad política y económica y la claridad del ambiente de negocios en este país. Pero, crecientemente, los inversionistas están usando a Chile no sólo para ganar experiencia en América Latina, sino también como una base desde la cual proyectarse a otros mercados de la región. Adicionalmente, diversos instrumentos financieros son usados por empresas chilenas para financiar su expansión en los países de la región. Así, CENCOSUD, que ya es el grupo “retailer” más grande de América Latina, con operaciones de supermercados y centros comerciales en Argentina, Brasil, Colombia y Perú, además de Chile por supuesto, hizo hacia fines de 2012 una emisión de bonos por US$ 1.200 millones colocados en el mercado financiero internacional, recursos que le permitirán sostener sus próximos  planes de expansión en la región.

Finalmente, una mención a las zonas francas chilenas, esquema que, visto en su aspecto económico-comercial, implica solamente la aplicación de la extraterritorialidad aduanera a un recinto al que ingresan mercancías sin el pago del impuesto al valor agregado ni los derechos aduaneros de importación, pero que en el caso chileno, con dos zonas francas, una en Iquique y otra en Punta Arenas, tiene, además de apuntalar el desarrollo de regiones que en el momento de su creación eran económicamente periféricas, el claro propósito de sentar una hegemonía económica sobre territorios de los países vecinos carentes de facilidades para su conexión con los mercados del mundo. En el caso de la Zona Franca de Iquique (ZOFRI), creada el año 1975, durante el apogeo de la vigencia de los esquemas económicos proteccionistas en prácticamente toda América Latina, ella introduce un factor de desestabilización de las economías de los países vecinos (sobre todo Bolivia), ya que las operaciones comerciales de importación y luego de re-expedición de mercancías realizadas en el marco de la normativa chilena sobre zonas francas, se convierten, en buena parte, en contrabando al llegar a las fronteras con esos países, en un contexto de débil presencia del Estado, deficiencias en la infraestructura de transportes y comunicaciones, fronteras casi deshabitadas, etc. En el caso del Perú, ello planteó la necesidad de establecer desde 1996 CETICOS Matarani e Ilo así como en 2002 ZOFRATACNA, una estrategia para reducir el impacto negativo en la economía regional del sur peruano y, en la práctica, de casi todo el Perú, representado por la re-expedición desde Iquique e ingreso ilegal al Perú de productos desde la ZOFRI la que, casi cuatro décadas después de su establecimiento sigue más boyante que nunca:  el año 2011 las ventas totales alcanzaron el récord histórico de US$  4.289 millones, mientras que las re-expediciones a los países vecinos sumaron un monto de US$ 1.864 millones, el 50 % a Bolivia, 23 % a Paraguay, 18,3 % al Perú y el resto a otros países del Sudamérica.

La articulación y la gestión del territorio
Como consecuencia de las distintas fases de expansión que se han venido dando en el Chile republicano (la de la minería carbonífera; la del salitre y el cobre; la de la agricultura intensiva de productos propios del clima mediterráneo; la de la pesca; la de la explotación forestal; y la  de la ganadería ovina extensiva), este país se ha venido estructurando y cohesionando espacialmente, proceso que constituye respuesta a las necesidades de articulación entre áreas de producción y ciudades, y entre estas últimas y los mercados del exterior a través de los puertos. Ese proceso se ha visto facilitado, indudablemente, por la peculiar forma alargada del país de modo que, como algún acucioso panelista comentó en un seminario donde se analizaban los grandes retos para el desarrollo del Perú: “en Chile, a diferencia del Perú, usted construye una sola carretera longitudinal y ya tiene articulado e integrado al país”.

Por exagerada que parezca esa afirmación, algo de cierto tiene. Ya en 1914, el sistema ferroviario unía desde Pisagua en el norte hasta Puerto Montt en el sur. Con posteriores levantamientos de vía, al presente se prolonga desde Pozo Almonte (en el tablazo que se ubica por encima de la ciudad portuaria de Iquique) hasta Puerto Montt en la región de Los Lagos, con una extensión total de aproximadamente 2,800 km. Pero, con la importancia que esa infraestructura tiene para la articulación e integración nacional, adicionalmente aparece la posibilidad de que Chile concrete un anillo ferroviario en forma de “P”, que integraría el Gran Norte chileno con el altiplano boliviano, para lo que sólo se requeriría tender aproximadamente 300 km de nuevas líneas férreas, desde Pozo Almonte hasta Arica, y proceder a la mejora de algunos tramos. Hay que tener en cuenta que la interconexión con la red occidental boliviana (altiplano) ya existe prácticamente desde inicios del siglo XX en los siguientes dos puntos: Visviri, en la ruta del ferrocarril Arica-La Paz; y en Ollague, donde el ferrocarril boliviano que viene de Oruro y Potosí ingresa a territorio chileno para llegar a los puertos de Antofagasta y Mejillones.

En cuanto a puertos marítimos, precisamente, Chile los ha potenciado enormemente en las últimas décadas para que sirvan eficientemente a las necesidades de su comercio exterior y, al carecer de un transpaís propio, al de regiones interiores de países como Bolivia, Argentina y Paraguay, en sus tráficos comerciales con la Cuenca del Pacífico. Es así como Chile, además de los puertos de la región central y sur que sirven a los tráficos con origen/destino en esas regiones (dentro de los cuales destaca el puerto de San Antonio, en la Región de Valparaíso, 87 km al sur del puerto de este nombre y al que ya ha superado como el primer puerto del país por el volumen de carga que moviliza: 15,7 millones TM el año 2011), está potenciando principalmente los puertos del Norte Grande, desde Antofagasta hasta Arica. Entre ellos destaca el de Mejillones, que ha sido planificado para convertirse en el mega-puerto de la Región Centro-Sur Sudamericana, mediante un desarrollo en cinco fases a lo largo de 50 años. Al concluirse la segunda fase, en actual desarrollo, Mejillones estará en capacidad de movilizar entre 14 a 16 millones TM de carga, volumen similar al que actualmente moviliza el puerto de San Antonio.

Las carreteras, como en todos los países de la región, se construyeron a continuación de los ferrocarriles. En Chile no existieron problemas para construirlas tempranamente desde Arica hasta Puerto Montt, pero el gran reto, con sentido geopolítico y estratégico, lo planteó el General Pinochet cuando comprometió la construcción de la “Carretera Austral”, en la perspectiva de articular Chile a través de una vía longitudinal que, a lo largo de más de 5.000 km, conectara Arica, en el extremo norte, con Punta Arenas, en el extremo sur del país. El proyecto empezó a ejecutarse en 1976, pero hasta el año pasado y debido a las complicadas características geográficas del territorio, en el que predominan los Andes patagónicos, lagos, turbulentos ríos y la presencia de campos de hielo, la construcción de la Carretera Austral sólo ha llegado hasta Villa O’Higgins, población al sur de la región de Aysén, habiendo avanzado 1.247 km desde Puerto Montt. Sin  embargo, por las características del terreno ya señaladas, en buena parte carece de pavimentación y está en permanente reparación, aún cuando la mayor parte de sus tramos están operativos.

En cuanto a infraestructura y redes eléctricas, Chile es un país en el que, contrariamente a lo que podría suponerse, por razones de economía en el transporte de la energía en un territorio tan dilatado de norte a sur, existen cuatro sistemas eléctricos interconectados, independientes entre sí: el Sistema Interconectado del Norte Grande (SING), que cubre el territorio comprendido entre las ciudades de Arica y Antofagasta con un 28,06% de la capacidad instalada en el país; el Sistema Interconectado Central (SIC), que se extiende entre las localidades de Taltal (al sur de Antofagasta) y Chiloé con un 71,03% de la capacidad instalada en el país; el Sistema de Aisén que atiende el consumo de la región del mismo nombre con un 0,29% de la capacidad; y el Sistema de Magallanes, que abastece la Región XII (Magallanes) con un 0,62% de la capacidad instalada en el país. La capacidad eléctrica instalada el año 2009 fue de 16.049 MW (7.982 MW en el Perú) de la cual un 65 % es energía térmica, la mayor parte procedente de energía fósil (hidrocarburos).

La alta tasa de crecimiento económico se refleja también en el incremento de la demanda de energía eléctrica. Por ejemplo, en el Sistema Interconectado Central (donde se encuentra la Región Metropolitana, Santiago), la entrada en operación de nuevos proyectos mineros implicará duplicar la demanda de energía en 10 años y triplicarla en 20. Como una solución a esta situación y también en el marco de una estrategia nacional para modificar la matriz energética, ampliamente dependiente de los hidrocarburos, Chile tiene previsto desarrollar el alto potencial hidroeléctrico de la región de Aysén, en donde es posible instalar 8.040 MW, de los cuales ya existe un proyecto en desarrollo para construir varias centrales hidroeléctricas con una capacidad total de 2.400 MW, que entrarían en operación gradualmente hasta el año 2018, y que requerirá, además, de una línea de transmisión de alrededor de 2.000 km de longitud para llegar al gran mercado demandante que es la Región Central y especialmente la capital del país, Santiago. A pesar de las protestas generadas en distintos sectores de la sociedad chilena, y particularmente entre grupos ambientalistas y los habitantes de la región de Aysén, debido a las enormes áreas de inundación que supondrá la construcción de estas centrales, el deterioro de la flora y fauna nativa, el impacto sobre los glaciares, y las necesaria relocalización de miles de habitantes, el organismo ambiental competente aprobó el año pasado la construcción de la primera de la serie de centrales, que tendrá una capacidad instalada de 640 MW.

Todo este despliegue de infraestructura puesta sobre el territorio, al que se suma tendidos de fibra óptica y todos los recursos que permite la moderna tecnología de las comunicaciones e información, tiene al sistema de ciudades chilenas como los nodos que justifican, otorgan coherencia y administran estas redes, marcadamente de carácter lineal. La Región Central, en efecto, es el centro del sistema urbano porque allí se ubican Santiago y la ciudad portuaria (y también administrativa; allí se encuentra la sede del Poder Legislativo) de Valparaíso. Santiago es una gran conurbación que alcanza los 6,7 millones de habitantes congregando el 40 % de la población del país, con lo que el centralismo demográfico chileno supera al del Perú, ya que Lima  “sólo” concentra a la tercera parte de la población nacional. Sin embargo, ello se ve compensado con una menor concentración de las actividades económicas y, sobre todo, con una alta calidad funcional de la urbe santiaguina, llena de edificaciones modernas, eficiente sistema de transporte masivo (metro), y servicios de punta para las empresas: en el “sistema mundial de ciudades”, concepto que jerarquiza a las principales metrópolis del planeta según su   funcionamiento como centros nerviosos de la nueva economía, ponderando una serie de factores representativos que permite clasificarlas en ciudades “alfa – beta – gamma”, Santiago de Chile aparece el año 2010 en la categoría “alfa” junto con Buenos Aires, México y Sao Paulo en América Latina. Lima, por su parte, se ubica en la categoría “beta”, a la par que Bogotá, Río de Janeiro, Caracas y Montevideo.

Después de Santiago, el sistema urbano chileno tiene como ciudades de segundo rango o metrópolis regionales, a la Gran Concepción, por el sur, en la región de Bío Bío, y a Antofagasta, por el norte. La Gran Concepción es una aglomeración que se acerca al millón de habitantes y que congrega a otras nueve ciudades, la más importante de las cuales es la ciudad portuaria de Talcahuano; tiene un carácter multifuncional, destacando la función portuaria, comercial e industrial. Antofagasta, por su parte, es una urbe individualizada con una población de alrededor de 350,000 habitantes que también tiene un carácter multifuncional pero con actividades organizadas teniendo a la minería del Gran Norte como eje impulsor, lo que le otorga la característica de ser la ciudad con el mejor producto per cápita de Chile, con US$ 37,000 en 2012… similar al del Reino Unido!.

Para la administración del territorio, finalmente, Chile ha organizado desde 1974 al país en regiones administrativas, que inicialmente fueron 13, llegando actualmente a 15; por debajo de ellas existen las provincias y las comunas. Las regiones están a cargo de un Intendente no electo sino nombrado por el Presidente de la República, que cuenta con un cuerpo de Secretarios Regionales Ministeriales (SEREMI). En materia de inversión pública, los gobiernos regionales y comunales sólo deciden una parte minoritaria de ésta, pero el gobierno nacional viene explicitando su voluntad de privilegiar  instrumentos de inversión asociados a mayores niveles de autonomía regional y comunal en la asignación de los recursos. En términos territoriales y regionales, el Fondo Nacional de Desarrollo Regional cuenta con criterios como la pobreza para ponderar su asignación entre las zonas, siendo que en el Presupuesto 2013, las regiones contarán con recursos del orden de US$1.943 millones lo que permitirá ir acortando la brecha entre “regiones ganadoras – regiones perdedoras” que en la actualidad se refleja, por ejemplo, en que mientras que el 22,5 % de la población está en situación de pobreza en la región de la Araucanía, sólo el 7,5% esté incluida en esa misma condición en la región de Antofagasta.

El futuro de la cooperación peruano-chilena

En circunstancias en que ambos países esperan el fallo de la Corte Internacional de La Haya sobre la demanda de delimitación marítima interpuesta por el Perú el año 2008, es importante efectuar una reflexión sobre el futuro de las relaciones entre ambos países una vez que dicho fallo sea emitido.

Más allá de las declaraciones recientes de los más altos voceros políticos, incluyendo los  Cancilleres y Presidentes, en el sentido de que acatarán y ejecutarán el fallo, es no sólo deseable sino necesario que ambos países utilicen ese hecho como una oportunidad histórica, como el momentum para proyectar las relaciones bilaterales y otorgarles un  impulso que permita levantar las pesadas hipotecas del pasado y encaminarlas sólidamente hacia unas relaciones basadas en la coexistencia pacífica, la confianza mutua y la amplia cooperación bilateral, conservando sus intereses como países, por supuesto, pero sin fomentar desequilibrios ni hegemonismos  que introduzcan dudas sobre la posibilidad de  apropiar ese escenario y hacerlo realidad.

Ello constituye un enorme reto, en principio, para los gobiernos, pero más ampliamente también para la clase política, la élite militar, la intelectualidad y la academia, y la sociedad en su conjunto en ambos países, las que deberán replantear, con espíritu positivo y de cara al futuro, las hipótesis marcadas por la duda, el recelo y la confrontación del pasado para reemplazarlas por otras de incremento y fortalecimiento de la confianza y la cooperación en todas las áreas de las relaciones modernas entre sociedades y estados, más aun siendo el Perú y Chile países fronterizos. Las áreas de trabajo son múltiples y se sitúan en el terreno de la estrecha coordinación y concertación política, pero también en los campos militar, científico-tecnológico, educativo, minero-energético, de infraestructura   y comunicaciones, ambiental, etc., que sumados a los avances en materia económico-comercial y de inversiones ya encaminados desde años atrás a través de los actores del sector empresarial, deberían  favorecer un cambio de actitud de los agentes del desarrollo y de la población en general respecto al “otro” y permitir acceder en el mediano plazo a un tipo de relación cualitativamente distinta a la que predominó en el pasado. Un interesante ejemplo en esta dirección es el que vienen dando miembros de la intelectualidad y la academia de ambos países convocados en el denominado “Grupo de Diálogo Peruano-Chileno” que ya se ha reunido cuatro veces desde el año 2012 en el propósito de contribuir a construir espacios de cooperación redituables para afirmar el encuentro permanente entre las sociedades peruana y chilena.

Sólo a modo de ejemplo, en materia científico-tecnológica puede plantearse un escenario en el que el Perú y Chile, en circunstancias en que en otras regiones del planeta la pesca indiscriminada y depredatoria casi ha agotado sus posibilidades a gran escala, comprometan -al compartir el mar más rico del mundo en variedad y en biomasa de recursos hidrobiológicos-, a través de sus organismos nacionales especializados, el Instituto del Mar del Perú (IMARPE) y el Instituto de Fomento Pesquero de Chile (IFOP), programas conjuntos para conocer mejor, entre otros, las características y oscilaciones climáticas y físico-químicas de dicho mar, evaluar conjuntamente el potencial de la biomasa de las principales especies aprovechables económicamente, intercambiar información y proponer la aproximación de las regulaciones sobre técnicas de pesca, concertar períodos de veda y de autorización de pesca así como de volúmenes de extracción  por especies. Algo de ello hace parte de la agenda de trabajo de la Comisión Permanente del Pacífico Sur, que además del Perú y Chile integran Colombia y Ecuador, pero este espacio de coordinación de las políticas marítimas de estos cuatro Estados abarca mares de distintas características, siendo que los del Perú y Chile, dominio de la corriente Peruana o de Humboldt, poseen las mayores afinidades y el mayor potencial pesquero que es necesario preservar y aprovechar sosteniblemente por tratarse de un recurso cada vez más estratégico para la seguridad alimentaria de la población mundial, de modo que se trata de una problemática en la que el Perú y Chile tienen mucho que aportar.

En otro ámbito de la cooperación científico-tecnológica, estando ubicados ambos países en una de las regiones sísmicas más activas del planeta, la cooperación entre sus organismos  oficiales especializados en el campo de la geofísica y la sísmica es una necesidad tan obvia que cae por su propio peso, y que debe pasar por el desarrollo de proyectos y actividades compartidos, por ejemplo, en las áreas de sismología, vulcanología, geomagnetismo, sismotectónica y otras, sin por ello descuidar  actividades ya encaminadas como los ejercicios coordinados de prevención de desastres que los organismos de defensa civil de ambos países promueven y ejecutan en las ciudades fronterizas de Tacna y Arica.

A propósito de estas últimas ciudades, a las que separan sólo 56 kilómetros por carretera, ellas deben convertirse en el escenario privilegiado de un proceso de cooperación fronteriza que vigorice y haga viable lo que ya aparece en el horizonte como la futura configuración de una conurbación binacional pero que, por ahora, funciona como un poderoso eje de relación urbana a través del cual se mueven miles de personas de una ciudad a otra semanalmente, estimuladas por la oferta comercial, turística, gastronómica, y por los servicios médicos, odontológicos, educativos, recreativos y otros, que se presentan complementariamente de uno a otro borde fronterizo. En ese proceso, la respuesta de ambos gobiernos tiene que ser una de apertura y respaldo a esas potencialidades de complementación, habilitando, por ejemplo, un régimen fronterizo tan amplio como sea posible y comprometiendo iniciativas perdurables que vayan más allá de la sola facilitación de los desplazamientos de personas.

Avances existen al respecto. En 1999 el Perú y Chile establecieron un Comité de Frontera que trabajó durante la década pasada básicamente en la solución de problemas relacionados con el tránsito de pasajeros y mercancías entre Tacna y Arica y que, gracias al diálogo que fomentó, hizo posible, adicionalmente, la suscripción de varios acuerdos en materia de cooperación aduanera, prevención y atención de desastres, tránsito de nacionales peruanos y chilenos en calidad de turistas con documento de identidad nacional (antes era requerido el pasaporte para tránsito más allá de Tacna y Arica y éste mismo se realizaba en  base a un salvoconducto), y un acuerdo de transporte de pasajeros por carretera entre Tacna y Arica. Pero en noviembre de 2012, Perú y Chile han dado una magnífica señal de su interés en  profundizar las relaciones fronterizas con el establecimiento del Comité de Integración y Desarrollo Fronterizo (CIDF) que, más allá de la promoción y facilitación de los flujos transfronterizos, fortalecerá los intereses comunes a través de proyectos binacionales con especial énfasis en la integración económica y social, fomentando en la zona fronteriza una cultura de paz y de cooperación en el marco del respeto y valoración de la identidad nacional y cultural. Al efecto, el CIDF ha organizado sus trabajos en tres comisiones: de integración; de facilitación fronteriza; y de infraestructura, transportes y normas. Entre ellas destaca la primera por su importancia en la generación de espacios de acercamiento y complementariedad de la economía transfronteriza; el fortalecimiento de las capacidades de atención en temas de género, tales como el de las mujeres migrantes que son víctimas de la violencia familiar; la promoción de la salud pública; la salud ambiental, ocupacional y atención de desastres; la vigilancia sanitaria de productos farmacéuticos; y la vigilancia epidemiológica.

Con una mayor dosis de optimismo, pero también de voluntad y trabajo conjunto, se puede empezar a pensar en un esquema de cooperación regional que trascienda lo estrictamente fronterizo y que se proyecte espacialmente hasta involucrar a la metrópoli regional del sur del Perú, la ciudad de Arequipa, y la del norte de Chile, la ciudad portuaria de Antofagasta, a lo largo de un eje de aproximadamente 1.100 kilómetros de longitud a través de la Carretera Panamericana. Gracias a la mayor diversidad funcional de estas urbes; la magnitud de los recursos, infraestructuras y servicios  que quedarían involucrados en esa franja territorial; Perú y Chile podrían consolidar en el futuro una región binacional, que en pleno siglo XXI, cuando el comercio y los servicios se han consolidado como los motores del desarrollo, podrían constituir, en el marco de acuerdos específicos sobre temas relevantes, el espacio privilegiado de la cooperación bilateral y el soporte y nexo para la articulación de las regiones del interior continental con el mundo global.


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